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Muestra

"El sufrimiento en el arte no me gusta"

Willy Ramos celebra sus 60 años con un regreso en forma de exposición al convento del Carmen, el lugar de sus primeros «correteos» por Valencia

"El sufrimiento en el arte no me gusta"

Si uno se viste un día de poeta surrealista y juega al pensamiento automático, la primera palabra con la que asocia el nombre de Willy Ramos es color. Luego vendrán otras: energía, pasión, vitalidad? Pero una exposición del artista tan colombiano como valenciano (y viceversa) debe llevar «color» en el título. Oír el color se llamaba la penúltima, inaugurada en marzo en Madrid; La memoria del color es el nombre de la abierta ayer en el Centre del Carme de Valencia, sobre las inmaculadas paredes de la calurosa ¿un sobrevenido guiño tropical? sala Ferreres.

La muestra, organizada por el Consorci de Museus con la colaboración de la embajada de Colobia en España y la empresa Sesderma, es un doble homenaje: del artista a sí mismo, al llegar a los sesenta años, y al espacio por el que «correteó» en sus primeros años en la ciudad, cuando el convento carmelita era sede de la Escuela de Bellas Artes. «Volver donde empezaste a crecer es una maravilla», dice. Por ello, decidió enseñar obra nueva, creada en el último «año y pico» (22 óleos y doce dibujos), y no recuperar parte de lo exhibido en Madrid, como estaba diseñado inicialmente.

El proyecto se completa con una docena de esculturas, la faceta menos conocida de un autor bien acogido en el mercado. Empezó con maderas hace diez años, casi como una broma con su casero, y lo último son metales, que trabaja en frío, con las manos, sin fragua, y que son dibujos forjados en el aire. El sueño es el mejor ejemplo.

La mujer «poderosa, fuerte» es la reina de sus esculturas. En las pinturas ganan las flores y los paisajes. No hay ciudades. No por abandono, sino porque los responsables de la muestra el comisario, Eduardo Alcalde, y la mujer y la hija del artista han preferido una visión más sintética y despejada.

«La escultura es más de la tierra que los cuadros, más mentales», afirma Ramos, que relaciona el trabajo con la madera con los juegos de niño (en Pueblo Bello, Colombia).

Su pintura tiene también ese aire suelto, rápido. Él sonríe: «Escondo el trabajo, que parezca que te sale así, pero por debajo hay muchas horas». Quiere que parezca que lo ha pasado bien ante el lienzo y el papel, porque «no me gusta el sufrimiento, que los cuadros parezcan torturados, aunque esté mucho con ellos».

Trabajo y no inspiración es la receta. Horas en el estudio, sentencia el artista de herramientas pequeñas y cuadros grandes. El color es su arma para atraer, pero «soy dibujante, que te permite una síntesis muy grande». En el dibujo hay más negro. Quizá por eso habla de su exposición más sobria, «que no sombría», bromea. Por quitarse el sombrero ante Velázquez, el pintor «menos sombrío pero el más sobrio» y «el gran descubrimiento del siglo XX», dice el también profesor. Hay más abstracción asimismo, subraya el comisario. «Yo lo encuentro muy figurativo», replica Ramos ante un cuadro. Está el color de la infancia caribeña y los atardeceres de Valencia, las dunas del Saler o la evocación del Jardín Botánico, porque como en una espiral, «todo es un recorrido para no moverse del sitio». Y al final, siempre, «los cuadros te cuentan tu vida».

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