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Roís de Corella resurge renovado

Fue predicador pero no clérigo, un padre afectuoso de familia, aunque nunca se casó, y acabó sus días en un convento sin ser fraile

Roís de Corella resurge renovado

Un hombre libre, independiente y comprometido. Adelantado a su tiempo moderno, si se quiere, porque fue predicador pero se negó a ser clérigo, fue padre responsable de familia pero nunca se casó y, de anciano, se retiró en un convento (el de Sant Francesc), pero nunca fue fraile. Un devoto perseguido por la Inquisición, pero no por judío, como se ha dicho tantas veces. Una figura compleja, por tanto, emerge de la biografía de Joan Roís de Corella (Gandia, 1435 - Valencia, 1497) que la Acadèmia Valenciana de la Llengua (AVL) acaba de sacar de la imprenta y para la que el historiador Abel Soler ha realizado dos años de inmersión en archivos notariales valencianos.

Joan Roís de Corella (1435-1497). Síntesi biogràfica i aportació documental es el resultado, la primera y única biografía hasta la fecha del «último clásico» de la era de oro de la literatura valenciana. Tampoco hay que extrañarse tanto de que haya tardado 500 años en tener una biografía seria, porque a finales del siglo XIX, cuando los lletraferits lo redescubrieron, «una quartilla de paper seria bastant» para escribir las notas biográficas de Corella. Y en 1973, su reseña vital era aún una cosa «incerta i plena de llacunes».

Y tanto que había lagunas. Y algunas que quedan, claro. Pero menos. ¿Qué hay de nuevo ahora sobre el autor de Tragèdia de Caldesa? Por ejemplo, que ya no es el tipo raro y solitario como se le solía dibujar, sino un hombre de familia afectuoso y responsable. Un caballero de ascendencia acomodada, tan devoto como enamoradizo y amante de las letras, que mientras escribía versos de amor y obras sobre mitos clásicos tuvo dos hijas naturales, de madre desconocida, que reconoció.

Un estudioso de Teología que no se casó, pero que convivió maritalmente a partir de 1462 con la doncella de Cocentaina Isabel Martínez de Vera, con la que procreó dos hijos. La vida en común se extendió hasta 1468. Un año después, él ayudó a la mujer a comprar una casa en la calle de Gracia, reflejo de que la separación fue cordial, entiende Soler. Fue un periodo de silencio de quien ya tenía fama suficiente para que esta llegara al Príncipe de Viana.

El biógrafo ha podido constatar también que Corella nunca se ordenó como sacerdote, aunque sí empezó a predicar su verdadera vocación entre 1469 y 1470. La intromisión no gustó a la jerarquía eclesiástica, relata Soler, y el rey Joan tuvo que interceder ante el obispo de Valencia (Roderic de Borja, el futuro papa Alejandro VI) para que le dejara predicar. A cambio, el escritor aceptó una simbólica tonsura y unas órdenes menores.

Pero rechazó cualquier privilegio o renta eclesiástica, precisa el investigador, que ve en ello un distanciamiento de la Iglesia oficial, de «un clero que consideraba corrupto e impío». Esa posición le acerca a la línea teológica de los agustinianos por la vía del obispo valenciano Jaume Pérez (inspirador de Lutero, el padre del protestantismo), del que era amigo.

Corella también estaba próximo a los franciscanos en uno de sus conventos se recluyó de viejo, que defendían la pobreza y la caridad, y sí, era amigo de judíos conversos, señala el investigador, pero él no era judío. Era cristiano de la cabeza a los pies y lo demás son «leyendas sin base».

Si la temida Inquisición puso al escritor en su punto de mira fue por su idea de traducir textos sagrados libremente. Corella tuvo que ceder así sus bienes, por precaución, a su hermana en 1487. Y su biblioteca la regaló al convento franciscano. La Biblia valenciana, en la que había colaborado intensamente, no se salvó y fue quemada. Para despistar, su traducción del Psalteri, libro perseguido y quemado, apareció como editada en «Venecia». Un chiste elocuente y un factor para un olvido cada vez más roto.

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