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Entrevista | Teresa Berganza

"Un cantante no se puede meter en una piscina en una ópera de Rossini"

La legendaria mezzosoprano analiza su trayectoria profesional y el actual momento de la ópera

"Un cantante no se puede meter en una piscina en una ópera de Rossini"

Cuando se retiró hace cinco años dijo sentir un alivio. Cuesta imaginar que salir de ese mundo de fama y «glamour» no signifique para un artista todo lo contrario.

Se siente un gran alivio por esa responsabilidad que tenemos todos los artistas pero especialmente los cantantes que dependemos de nuestra voz y de todo nuestro cuerpo. Yo he vivido muy angustiada. Cantaba en la Scala, en el Covent Garden, el Metropolitan y mi nombre estaba ahí. No podía bajar el listón. La responsabilidad pesa mucho.

¿Hasta ese extremo?

La gente cree que este oficio es coser y cantar. La voz es el instrumento más perfecto que existe y el más difícil de mantener. No echo de menos para nada el éxito. Nunca me ha emborrachado. Me ha hecho feliz, me lo he llevado conmigo y me ha hecho sentirme una privilegiada. Pero el éxito es cuando el público te quiere y acepta. Si yo he entregado al público todo lo que tengo y él ha respondido es porque se ha tratado de un acto de amor.

¿Las cantantes de hoy viven esa pasión de la que habla?

Cada uno lo vivimos de una forma. Siempre he cantado para el público. Él era mi amante y cuando eres sincera el público responde. Por muchos directores, mánagers o críticos que existan, quien te mantiene ahí arriba es el público que es el que llena las salas.

Su generación aportó algo que no se ha vuelto a repetir. ¿ Por qué no ha existido un relevo y hoy los nombres son aislados?

Es cierto, aún no se ha producido el relevo. Mi generación fue increíble. Y no sólo en España. Además, salió espontánea. No sé si fue debido a que aparecimos después de las guerras y la gente tenía menos facilidades que ahora.

Pero muchos creen que hoy también hay más dificultades para acceder a los repartos porque existe mayor competencia

Los buenos cantantes salen siempre. Ya sabemos que, como en todo, hay mucha política y amiguismo pero el que ha cantado bien siempre ha salido adelante. Cuando eres artista en lo tuyo eres único y nada puede contigo.

¿Qué ve en la nueva generación de cantantes?

Hay de todo, gente que canta muy bien y gente que tiene muchas prisas, y cuando les oigo hablar del día que cantarán en la Scala me da un sock. Hay que pensar en cantar bien, en estudiar y ser cada día mejor interprete, en hacer crecer la voz porque un artista ha de cantar igual en la Scala que en un teatro menor. Nunca tuve prisa en comprarme una casa o un coche sino que además vivía en casa de mis padres. Ahora cuando han empezado a cantar ya piensan en comprar una casa aquí o allá. Los jóvenes tienen mucha prisa por triunfar.

El trabajo y el éxito también le obligarían a renunciar a una vida más común.

Sí, pero cantar y salir a escena es tan bonito... Estar un mes ensayando es maravilloso. Cada día se descubre algo nuevo. Hoy hay mucho de mercado, de marketing. No se reconoce a las cantantes en la calle. Y sabe qué es más grave, que no se reconocen las voces cuando se escuchan en la radio o en un disco. Renuncié a muchas cosas, pero no a tener hijos. Lo tuve siempre muy claro aunque me decían: «a ver si pierdes la voz». Pues me daba igual porque yo quería ser madre. Renuncié al dinero, pero no a tenerlos y a que viajaran por el mundo conmigo.

¿Los recuerdos pesan después de una carrera tan larga?

Sólo pesan los malos, pero no tengo muchos.

Klemperer, Solti, Giulini, Karajan Muti... Todos los grandes le han dirigido pero uno le habrá dejado algo más que el resto.

Con quien más trabajé fue con Abbado y con él había algo especial. Teníamos el mismo lenguaje. No tenía ni que darme una entrada. Nos entendíamos con la mirada.

¿Ya no quedan divas o eso está demodé?

Nunca me he sentido diva, pero cuando he tenido que hacerlo me he sentido como una gran diva y lo he hecho como nadie. Una se pregunta: ¿tú quieres tratarme como una diva? Pues entonces hablas de otra forma, pisas de otra manera, miras a la gente por encima, pones la mano así... es como un juego y además divertido — ríe—. Diva viene de divina, y divinos no somos.

¿El silencio del escenario qué enseña?

Una vez que el artista entra en el papel y la voz está en su sitio y responde sientes una gran sensación de seguridad. El escenario me ha enseñado a vivir el papel y una ópera entera, porque una cantante no la siente sola. Una ópera es una historia que se cuenta y que se vive con las reacciones de los demás. Por eso jamás quise hacer sustituciones ni trabajar un papel sólo siete días. Lo que siempre he querido ha sido trabajar, prepararme, hacer música.

¿Una cantante consigue despegarse de sus papeles o a veces acaban apoderándose del artista?

Los papeles marcan. Pero yo no me he sentido a disgusto con ninguno porque jamás han ido contra mi voz. Nunca di mi voz a un papel maravilloso que pudiera hacerme daño. Todos los personajes que he cantado han sido mis hijos y a los hijos se les quiere a todos por igual.

¿Pero mejor Mozart que Bizet?

No. Mi Dios es la música y los santos son mis compositores. No podría compararlos. Bizet me dio la fuerza de interpretar a la mujer libre y poderosa mentalmente cuando mi juventud y adolescencia habían sido difíciles por cuestiones de educación. Interpretar a una mujer libre como Carmen me dio mucha libertad psicológica porque yo quería sentirme como ella.

¿Pero también habrá papeles que asfixien?

Sí. Por ejemplo, interpretar Werther y un personaje tan dramático como Charlotte que rasca el alma me marcó. Kraus me decía: «no te apasiones tanto que vas a perder la voz». Y efectivamente, a la segunda representación lo tuve que dejar.

¿Acude mucho a la ópera o la vive desde la distancia porque el oficio acaba comiendo la pasión?

No, no, no. Yo si hay algo que me interesa voy, pero si no voy es porque hacen espectáculos que no me gustan.

¿Lo dice por la tiranía de los directores de escena y ese afán de modernizar hasta lo imposible?

Sí, los directores de escena son hoy los protagonistas. En cuanto me entero que una ópera no se respeta no voy porque no quiero sufrir ni ponerme de mal humor.

Habla de la tiranía de los directores de escena, pero en su época el mando lo tenían los directores musicales y también impondrían sus criterios y siempre eran hombres.

El director musical ha de hacerlo porque tiene en sus manos la verdad, que es la partitura. La partitura es la Biblia. Y no se debe permitir hacer nada que no esté escrito. Un cantante no se debe meter en una piscina en una ópera de Rossini o de Verdi. Por eso los directores de escena son mi lucha.

¿Por qué cree que se ha llegado a ese extremo de desvirtuar los espectáculos sin que nadie ponga freno y además se animen todos los teatros del mundo?

Porque hay que epatar. ¿Se imagina que entráramos en la sala Velázquez del Prado y le echáramos un bote de pintura a un cuadro para hacerlo moderno? Pues en la ópera tampoco. Hay que respetar. Una vez salí de un teatro de ópera protestando en voz alta y un crítico de los de antes se acercó y me dijo: «no señora Berganza, es aún peor».

¿Por qué ha dicho un crítico de los de antes?

Porque estaban muy preparados.

Algunos entienden que sin modernidad no se crean nuevos públicos o no es posible acercar a los teatros a las nuevas generaciones, y de ahí el atrevimiento.

Pues que se conozca la cultura y explique cómo fue escrita. Ese debate nos llevaría a entrar en un tema como el de la educación. Me parece muy bien que las obras contemporáneas las hagan contemporáneas, pero hay cosas sagradas. Una ópera ya lo dice todo. No hace falta nada más.

¿Una estrella retirada sufre más de lo debido en el patio de butacas?

Sí, pero sufro por la música. Mi vida ha sido el estudio de la música desde la composición al piano. Con los cantantes, a veces, lo paso fatal porque veo que están sufriendo y pienso cómo hará esto o aquello.Pero cuando lo paso bien lo paso como nadie.

Lo preguntaba también porque entonces no se puede mantener la distancia o simplemente dejarse llevar por la música sino que se está siempre al quite.

Mire, yo creía muy poco en mí. Todo lo que la gente pensaba de que yo era la más segura, la que nunca se equivocada, la más perfecta pues no era así. Y fue estupendo porque esa inseguridad me obligaba a estudiar más, a perfeccionar todavía más. He grabado doscientos discos y de vez en cuando me los voy poniendo y...

Y se examina.

Sí, me examino y pienso: «qué tonta has sido pasarlo mal con lo que bien que cantabas». Pero desde el momento en que te ponen el nombre aquí pegado —señala la espalda— y te dicen que eres la mejor mezzo del siglo, ya no puedes fallar en nada. Siempre he sido muy perfeccionista y exigente. Entiendo la escena como una liturgia de pura entrega. Siempre he dicho que está carrera es como entrar en el mundo de la religión. Has de entregarle la vida.

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