¿Tiene límite En la orilla? Rafael Chirbes contesta al otro lado del teléfono con un sincero «yo qué sé». Y él se pregunta el porqué sin encontrar al mismo tiempo una respuesta. Pero lo bien cierto es que la novela del escritor de Tavernes de la Valldigna lleva camino de convertirse en una especie de escrituras sagradas en las que todos algún día lleguemos a entender qué le ha pasado a la sociedad española, por qué hemos llegado hasta donde hoy estamos y cómo eran aquellos que nos condujeron a la más terrible crisis económica y social que esta sociedad ha vivido. Una especie de Episodio Nacional y este caso concreto un friso de la realidad social, la inmigración, la quiebra económica, el resquebrajamiento de las relaciones personales y la soledad.

«No lo sé porque además éste es un libro duro, inhóspito, cruel. Pero creo que la culpa la tiene la época en la que transcurre o en la que se ha editado. Es más el tiempo que el libro», insiste Chirbes abrumado por los reconocimientos y la cantidad de llamadas que tenía ayer que contestar cuando a él, como confiesa, le gusta la vida tranquila o la charla en el café de Beniarbeig, donde vive casi aislado.

Y es que después del Premio de la Crítica, el Umbral o el Importante de Levante-EMV, entre otros, ayer llegaba el Nacional de Narrativa que concede el Ministerio de Cultura, para ese retrato poco complaciente y pesimista de la crisis a través de aquellos que vivieron en la opulencia y han acabado arrastrados por su propia burbuja; la continuación de Crematorio, los tiempos de bonanza, ambición económica y corrupción inmobiliaria que nació sin que Chirbes supiera los motivos y cuyo realismo crea una estructura de gran calidad literaria.

De hecho, el jurado destacaba ayer de la novela su «extraordinaria construcción literaria, que tratando de la realidad actual, no se limita al realismo, mostrando una riqueza formal y recursos poéticos que lo trascienden».

«Lo importante de esta obra será lo que dure porque el día a día se vive, pero creo que al menos quedará como curiosidad de un momento. Pero si tengo dos libros que no quería que se editaran esos fueron Crematorio y En la orilla», confesaba ayer el propio autor.

¿Y eso? «Pues porque eran dos novelas que me obligaban a exponer públicamente cuando soy alguien al que le gusta la intimidad. Estos dos libros me hacían tomar partido. No me gusta nada lo público porque no cuesta ser pero sí representar. La clase política ha minado todo, son los que nos han traído hasta aquí». Y curiosamente los que ahora le premian. «Bueno „ dice„ al menos la mitad del trabajo lo han hecho ellos», contesta con esa ironía que le acompaña.

«No me gusta la lucha política de cuerpo a cuerpo. Nunca lo he hecho. En eso he sido siempre muy honesto. Mi obra es un reflejo de mi generación a la que tampoco le perdono muchas cosas. Todas mis novelas tienen un componente fuerte. En todas me posiciono ante el mundo. Pero no soy de esos que hablan mucho para que luego se hable de sus novelas sino de los novelistas que se posicionan con su literatura».

Solidaridad con RTVV

A punto de que salga al mercado la novena edición de En la orilla (Editorial Anagrama), parece ser que la obra tiene aún mucho recorrido por delante. Es una novela que ha ido corriendo de boca en boca y que funciona como un espejo.

Chirbes no es optimista con el futuro. «Solo hace falta ver el presente», añade, y aunque no sea un escritor que se haya posicionado públicamente frente a algunos asuntos de la realidad española sí sorprendió que tomará recientemente decidido partido con la Iniciativa Legislativa Popular a favor de una nueva RTVV y promovida por los propios trabajadores del ente autonómico.

«Éso sí quiero que quede claro: fue una excepción. Pero es que el cierre de RTVV me pareció una agresión colectiva tan fuerte que había que actuar. No podía quedarme quieto. El cierre de RTVV fue un atentado social, político, educativo, lingüístico y cultural contra el pueblo. La indignación crece además por las formas con las que se hizo. Me recordó el ambiente negro del 23-F, El Verdugo de Berlanga, la verdadera España negra», confesaba ayer, mientras le entraba otra nueva llamada.