De nuevo mi mesa está llena de libros. Ninguno he comprado últimamente (¿qué dirá mi librero?) y hace tiempo que no saco de la biblioteca. Son libros que, sin previo aviso, me envían los lectores, espontáneamente, para que los lea y les haga una valoración. Lo siento, pero no puedo. Mucho trabajo, para que luego venga el banco y me diga que no me puede financiar una miseria de compra (59 euros al mes, de los que se llevan un catorce por ciento), porque mi nómina es muy pequeña.

Menos mal que, con estos artículos, también tengo un plus. Y menos mal, también, que los amigos, de vez en cuando ayudan, y me piden un texto para sus exposiciones y me invitan a comer, o me traen setas de Bezas (gracias, José Manuel Ramos) con lo que estás una semana nutriéndote de revueltos con huevos y guisado de patatas con costillas de cerdo. Uno lo agradece todo, no están los tiempos para despreciar nada. Sobre todo si funcionas con una pensión mínima de autónomo en un país tan pintoresco como el nuestro. Esto no es nada si el día no me premia con algunas incomodidades propias de la edad y la enfermedad crónica. Porque uno no es sólo pensionista pobre, sino que además ha sido titulado como crónico. Alcanzar el grado de crónico no es fácil: únicamente algunos elegidos lo alcanzamos, y sin superar un master oficial ni nada, con lo que te ahorras una pasta. Pero vayamos al grano y hablemos de algunos libros que tengo sobre la mesa.

Tres libros editados por Sporting Club de les Lletres. Memòries d'un xiquet de carrer que muy bien se hubiera podido titular Memorias de un casi setentón, evocando a Mesonero Romanos son recuerdos de la infancia de Manel Costa i Adrián en la valenciana calle Padre Rico, cuando acababan los 50 y empezaban los 60, en los que desfilan momentos estelares de la época y toda la chavalería, entre la que se encontraba mi amigo Luisito Valero Lloret. «Com sempre hi ha una paraula alternativa per a un moment diferent», Manel ha confeccionado su Diccionario Estulto que Carles Cano, en el prólogo, lo define como un juego de palabras y brinda una nueva voz al léxico alternativo: «Mancosta: loco desatado de verborrea contagiosa». ¡Todo un canto a la imaginación! Pero, para imaginación la de Curro Canavese en Todos los objetos del mundo, un catálogo de cosas aparentemente reales que conforman un detalle, un personalidad, que los hace diferentes por no decir absurdos. Hay prólogo y epílogo, que no aclaran nada, y alguna frase impertinente, que sí aclara.

Sólo me he referido brevemente a tres de los libros que habitan sobre mi mesa. Hay más pendientes. Los dejo para otra ocasión, que procuraré no tarde, pues mi mesa necesita aliviarse. «Alguns moments de bogeria ens salven torna-nos bojos per sempre», ¡qué alivio! Aliviarse, un verbo relativo a acciones generalmente gratas. Así que a aliviarse.