No fácil mantener, en esta ciudad, una compañía de ballet clásico. En otros lugares hay mayor tradición, y esta actividad se realiza a partir de estructuras públicas que suelen estar unidas a los teatros de ópera. Pero, en nuestro país, el ámbito público prefirió la danza contemporánea. Por ello es muy meritoria la existencia del Ballet Clásico de Valencia, con una ya amplia trayectoria, cuya alma máter es Mari Cruz Alcalá. Precisamente, este colectivo estrenó ayer sábado (hoy todavía se puede ver) en el teatro Principal su última producción, La princesa y el laúd. Y se hizo dentro de una gala benéfica organizada por la Fundación Hortensia Herrero, cuyos fondos recaudados irán destinados a Fuvane.

Pero el centro, es evidente, es este trabajo cuyo objetivo es acercar al público valenciano un cuento de ballet clásico. Y si nuestra ciudad suele pasar hambre de clásico, bienvenida sea este ballet-cuento diseñado para todos los públicos. Esta historia de príncipes, princesas y otros tantos personajes que nutren una tierna historia entre hermanas, donde triunfa el amor, la amistad y la valentía. Todo ello ambientado en un lejano reino donde viven en palacio el rey Alberto y sus dos hijas.

Pero más allá de estos aspectos concreto, el programa es todo un reto, porque no brota de una obra ya reconocida, sino que se trata de un trabajo inédito, una historia original que ha sido escrita por la directora de la compañía, contando con la música compuesta ex profeso por el valenciano José Jaime Hidalgo de la Torre, en una colorística composición. Un producto muy valenciano en todos los aspectos, y que sigue la tónica del grupo de dar la oportunidad a buen número de intérpretes, aunque para la ocasión regresan por unos días a casa determinados profesionales que triunfan por el mundo. Pluralidad y pulcritud, serían los dos calificativos que surgen a primera vista.

Se nota que la coreógrafa y directora conoce bien el repertorio por lo que ha sabido ensamblar una sencilla historia a los moldes clásicos: momentos corales (como el del bosque o apoteosis final), individuales y algunos pas de deux, que gustaron porque fueron realistas y nada pretenciosos, muy pendientes de los bailarines. El cuerpo de baile está compuesto por jóvenes de varias edades que destilan pujanza: María Aznar y Emma Rodrigo (las princesas) muestran sobriedad en el movimiento y desparpajo en la interpretación; Guillermo Rojo (príncipe Hyrian) apunta un notable en virtuosismo. Es especialmente destacable el talento natural del jovencísimo Santiago Rousselbin. Siempre la danza clásica es un ritual de belleza que llama a la reverencia del pasado.