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Crítica

Violín de alta gama

Intérprete de raza y gran equipamiento técnico, su sonido no es grande pero lo ofrece con exquisitez y distinción gracias a la claridad de su doigté, impecable técnica de arco y ajustada afinación, por lo que su interpretación lindó con lo extraordinario

Sociedad Filarmónica

palau de la música (valencia)

Int.: Lara St. John, violin, y Martin Kennedy, piano. Obras de Beethoven, Foster/Brink, Kennedy, Corigliano y Ravel. 20 de enero.

Defender con la convicción mostrada la Tzigane de Ravel, ya sería suficiente para rendirse ante la actuación de la canadiense Lara St. John, hermana del director y violinista Scott St. John, quien estrenó en Canadá la obra Violinissimo del valenciano José Evangelista.

Intérprete de raza y gran equipamiento técnico, su sonido no es grande pero lo ofrece con exquisitez y distinción gracias a la claridad de su doigté, impecable técnica de arco y ajustada afinación, por lo que su interpretación lindó con lo extraordinario. Y todo ello, a pesar de que el piano acompañante estuviera inusualmente abierto todo el recital. Decisión desacertada ya que los volúmenes de ambos estuvieron sensiblemente desequilibrados y, en ocasiones, la solista fue literalmente engullida por su acompañante.

El concierto se inició con la Sonata nº 8 en sol mayor de Beethoven, a modo de precalentamiento, quizá la obra menos conseguida de la noche. Sugestivas las Canciones de Stephen Foster, arregladas por Martin Brink. Delicada y conmovedora su versión de Jeanie with the Light Brown Hair y ejemplar el resto del mosaico. Impecable el arreglo de Martin Kennedy de la Canción de la luna, melodía popular serbia con la que Lara St. John, mostró todos los registros y posibilidades de su Guadagnini de 1779, asombrando con los relieves y matices de esa noble melodía.

Plato fuerte del programa fue la Sonata para violín y piano del compositor John Corigliano (Nueva York 1938) quien recibió un Óscar por su partitura para El violín rojo (1998). Obra de juventud compuesta a los 24 años, mezcla de lenguaje tonal y politonal, gran complejidad rítmica y constantes cambios de métrica, esta sonata es un clásico de los violinistas contemporáneos y un auténtico pezzo di bravura sostenido con apabullante vigor por estos virtuosos canadienses. Tanto el violín como el piano exigen intérpretes de alta gama como lo evidenciaron ellos a quienes el público de la SFV premió con sinceros aplausos correspondidos por un amable bis.

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