Los del tenor James Gilchrist como Evangelista, la mezzosoprano Sarah Connolly, el bajo Christopher Purves y el director Richard Egarr se cuentan entre los nombres en principio previstos para la Pasión de este año en el Palau. Todos ellos, además de habitar en la discoteca de cualquier melómano medio, son conocidos de primera mano por nuestro público, pues a lo largo de las últimas dos décadas han actuado en diversos Mesías y Pasiones ofrecidos en la Iturbi. A veces por cierto con éxito discutible, como el fue el caso en la Pasión de hace cinco años, donde Purves figuraba en el reparto y Egarr dirigía precisamente a la Academy of Ancient Music. Pero lo que no es de recibo es anunciar titulares y presentar reservas. Eso es dar gato por liebre, está muy pero que muy feo y en otros ámbitos comporta devolución de entradas.
Para más inri, ninguno de los que actuaron hicieron méritos para abandonar el banquillo, más bien todo lo contrario. Para empezar, el director no supo encontrar la coherencia ni siquiera para los corales, donde los números 31 y 38 se cantaron a una velocidad dos o más veces superior al resto sin motivo aparente. En este apartado, sin embargo, fue donde mejor se desenvolvió un coro que contó los pasajes polifónicos por embrollos ininteligibles.
Los solistas tampoco aportaron gran cosa de provecho. El Evangelista confundió demasiado a menudo compromiso expresivo con ataque de nervios y consiguiente relajación de la afinación. La soprano exhibió voz grande pero sólo redonda en unos agudos cantados tanto más fuerte cuanto más extremos, centro no tan atractivo y estilo poco barroco: tal vez para Verdi... Al resto los respectivos retos les vinieron definitivamente muy grandes, con excepción de un Cristo simplemente correcto. Éste, la orquesta sin tampoco entusiasmar y algunos obligati (de violín, chelo, viola da gamba...) fueron a lo único que mínimamente se aproximó a lo esperado.
