Pianista autorizado, Luis Fernando Pérez es protagonista puntero de nuestro pianismo actual. Con medios técnicos evidentes, su mejor atractivo reside en la claridad y el color de su sonido artesanal y delicado: denominador común de su juego pianístico, especialmente en los movimientos pausados.
Modificó el grupo de Sonatas del Padre Soler abordadas desde la perspectiva del piano actual, distanciándose, conscientemente, de la ortodoxia del instrumento original. Oportuna ornamentación si bien impuso sus propias licencias en los tempi alejando el estilo del compositor y la época.
En las Danzas españolas de Granados, destacó la Oriental dicha con inspirada línea melódica y excelente pulsación. En la Andaluza impuso su personal y transformada versión, quizás percutida en demasía. Echamos de menos la inclusión de la Danza Valenciana, dedicada a la esposa de Granados, la valenciana Amparo Gal.
Poética y acertada su lectura de Damunt de tú no mes les flors, del ciclo vocal Combat del somni, de Mompou, finamente arreglada para piano por Enrique Igoa. Del mismo autor, sus Scènes d'enfants, (París 1915-1918), que inicia y finaliza La filla del marxant, melodía popular catalana, dándole un carácter cíclico al conjunto. A Luis Fernando Pérez no se le escapo la oportunidad de colorear estos preciosistas «juegos en la playa» con total diafanidad. Uno de los momentos más gratificantes de la noche.
Son las Goyescas de Granados la obra pianística más difundida de ese compositor. El madrileño se volcó literalmente en la sublime entrega de La maja y el ruiseñor así como en la vehemencia de El amor y la muerte, despegándose de otras versiones magistrales como las de como Amparo Iturbi, de Larrocha, Sabater, Ciccolini o Achucarro, para dejar su legítima impronta en tensiones e intenciones.
En El amor brujo lidió con seguridad de ataque, sonido amplio y potente (por momentos excesivo) y un estilo arrebatado en base a un texto defendido con carácter y arrojo. Muchos aplausos que no obtuvieron el bis deseado.
