Aunque esperada por su longevidad —tenía 106 años—, el cine europeo perdía el jueves a una de sus grandes referencias, el director portugués Manuel de Oliveira quien deja detrás de sí una singular obra que abarca 82 años de carrera coronada con cerca de 60 filmes, considerados un legado que preserva la memoria del siglo XX.

Amante de los coches de carreras, compitió en varias pruebas como piloto antes de alcanzar la fama como realizador de cine. Su pasión por el motor le llegó por influencia de su hermano mayor (Casimiro) y de otros de sus amigos y llegó a vencer diferentes competiciones.

Debutó en el cine a los 23 años en la dirección con un documental, Douro, Faina Fluvial (1931), un obra muda que recoge los trabajos en la ribera del río Duero.

Su película inaugural, influenciada por el semidocumental alemán Berlin: Symphony of a Metropolis (1927), de Walter Ruttmann, tuvo una recepción desigual entre la indiferencia de sus compatriotas y el agrado de la industria internacional.

Ya casado con Maria Carvalhais, con la que tuvo cuatro hijos, De Oliveira rodó su primer largometraje en 1942, Aniki-Bobó, filmada también en Oporto y donde se narra una sencilla historia de dos chicos que están enamorados de una misma niña. Para varios críticos, esta obra se considera un anticipo a la corriente del neorrealismo.

Desde Aniki-Bobó, De Oliveira estuvo catorce años sin filmar por dificultades para encontrar financiación y por la censura portuguesa del régimen de Antonio Oliveria Salazar (1926-1974).

A mediados de los años cincuenta, retomó su actividad cinematográfica, aunque no fue hasta la década de los setenta cuando empezó su vertiginosa labor durante la que adaptaría varias obras literarias de escritores y poetas lusos, como Eça de Queiroz (1845-1900) o el Padre Antonio Vieira (1608-1697).

El apoyo del productor luso Paulo Branco, reconocido como un gran impulsor del cine independiente en Europa, es crucial para el repunte creativo del cineasta, que logró rodar una película por año. Francisca (1981) supuso el punto de inflexión del inicio de la considerada tercera fase del autor, en la que mejor se refleja su vasto conocimiento de la cultura Occidental.

Durante las décadas de los ochenta y noventa, actores de la talla de la francesa Catherine Denueve, el estadounidense John Malkovich o el italiano Marcello Mastroianni intervinieron en filmes como El Convento (1995) y Viaje al principio del mundo (1997) a instancias del productor Branco.

Las películas del longevo cineasta se caracterizan por su condensación rítmica y sus planos largos, recursos necesarios para expresar el rico imaginario de De Oliveira, influenciado por el humanismo cristiano.

En 2008, antes de convertirse en centenario, el cineasta confesó su mayor deseo, reflejo de una carrera detrás de las cámaras que alargó prácticamente hasta el últimos suspiro: «Mi mejor regalo es seguir haciendo películas».