Entramos en el túnel del tiempo. Corre el mes de abril de 1990. Con bastante retraso respecto a Estados Unidos llega a España el orgasmo más famoso de la historia del cine. Lo hace en una película modesta que dará mucho que hablar: Cuando Harry encontró a Sally. Hay escenas que, de pronto, menean de tal forma la pantalla que convierten un título en principio llamado a pasar de puntillas en cita obligada. Sobre todo, para parejas que quieran identificarse con las peripecias y vaivenes sentimentales de sus protagonistas.
Recordemos: Meg Ryan y Billy Cristal están sentados en un restaurante. Pregunta ella:
-¿Cómo sabes si realmente...?
-¿Quieres decir que tal vez simulan el orgasmo?
-Es posible.
-No digas tonterías.
-¿Por qué? La mayoría de las mujeres lo han simulado en un momento u otro...
-Pues conmigo no lo han simulado.
-¿Y tú cómo lo sabes?
-Porque lo sé.
-Ah, claro. Claro. Lo olvidaba. Eres hombre.
-¿Y eso qué quiere decir?
-Nada. Sólo que los hombres están seguros de que no les ha pasado a ellos aunque algunas mujeres lo hayan simulado en algún momento.
-¿No crees que notaría la diferencia?
-No.
-Tonterías.
Ella cambia la expresión. Gime. Suspira. Se toca el pelo.
-Dios... Hmmm...
Inclina la cabeza hacia atrás.
-Ahí, ahí... Justo ahí.
Los gemidos aumentan de volumen y el resto de comensales empieza a volver la cabeza hacia la chica, que da golpes con la mano cada vez más enérgicos en la mesa.
-Dios... sí, sí, ¡sí! ¡Sí! ¡Ya!
El no sabe qué cara poner. Las miradas de estupor aumentan. Ella, por fin, da el último golpe y... se relaja. Como si no hubiera pasado nada le dedica una sonrisita y vuelve a meter un bocado de comida en la boca. Una mujer sentada en la mesa de al lado le dice al camarero:
-Tomaré lo mismo que ella.
Ya está. Fin de un gag perfecto con remate pluscuamperfecto. La eficacia del momento, además, gana enteros por un efecto sorpresa: Meg Ryan era por aquel entonces una actriz poco conocida que encarnaba al prototipo de actriz modosita y edulcorada, poco dada a semejantes exhibiciones picantes. Aún no se había convertido en reina de la comedia romántica y en Cuando Harry... mostró sus credenciales para serlo, en reñida competencia con Sandra Bullock. No fue hasta 2003 cuando se decidió a romper con su imagen en Carne viva, aunque sus desnudos y sus escenas de sexo no excitaron la taquilla.
Pero sería injusto pensar que Cuando Harry encontró a Sally sólo debe su fama a esos dos minutos de éxtasis. El guión de Nora Ephron, que tres años después dirigiría a Ryan y Tom Hanks en el drama romántico Algo para recordar, estaba repleto de agudos diálogos y reflexiones ingeniosas sobre las relaciones de pareja, el amor, el desamor, la amistad, el paso del tiempo... Fue nominado al Oscar. Billy Crystal, que había saltado a la fama con la serie Enredo, demostró ser un actor cómico con registro dramático, y Rob Reiner, el director, estaba en plena forma y venía de rodar Cuenta conmigo y La princesa prometida. El argumento era sencillo: Harry Burns y Sally Albright se conocen siendo universitarios cuando ella se ofrece a llevarle en su coche. Él piensa que un hombre y una mujer no pueden ser amigos: «El sexo siempre interfiere». Ella, justo lo contrario. El tiempo pasa... Harry es así: «Cuando compro un libro nuevo, siempre leo la última página primero. Así, si me muero antes de terminarlo sé cómo acaba. Eso, amiga, es un lado sombrío». Y ella le odia. ¿Seguro? «Esto es tan típico de ti. Dices cosas como ésa y haces que me resulte imposible odiarte. Y te odio, Harry, realmente te odio. Te odio».
¿Y qué pasa al final? Exacto. Eso.