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Crítica

Una delgada línea

Pablo, Max y Simón son amigos desde la infancia. Conocen el discurrir de sus vidas, sus defectos y virtudes, y por ello se aprecian

Pablo, Max y Simón son amigos desde la infancia. Conocen el discurrir de sus vidas, sus defectos y virtudes, y por ello se aprecian. ¿O no? Cuando la adversidad aparece, en forma de crimen, pone a prueba esa amistad construida a lo largo de treinta años y emergen las dudas, el resentimiento y la tirria que se tienen en algunos aspectos.

Simón ha matado a su mujer y les pide a sus amigos que le ayuden con la coartada. Sólo tienen que mentir? en 45 minutos. Ese lapso de tiempo le servirá al asesino para desvincularse y, por tanto, salir impune del homicidio.

La obra de Eric Assous plantea un tema espinoso y difícil de abordar: la violencia de género. En este sentido, Pablo y Max son tajantes: Simón ha cometido un delito abominable, imperdonable y asqueroso.

Pero he aquí que las dudas comienzan a aparecer cuando llega la hora de cuestionar la amistad. ¿Hasta dónde debe llegar? ¿Es más importante el deber hacia un amigo que el deber hacia los principios de uno mismo? Los protagonistas pasan la noche elucubrando sobre estas y otras cuestiones de similar calado.

Gabriel Olivares ha dirigido este espectáculo en el que no sólo ha asumido el riesgo de llevar un argumento tan complejo a escena, sino que le ha dado una vuelta más y lo ha hecho poniendo el acento en el humor. Los personajes reflexionan sobre lo acontecido y sobre sus vidas? Pero lo hacen de forma sarcástica e irónica, provocando así la risa del espectador.

Es cierto que el público se ríe, sobre todo, con la interpretación de los actores Gabino Diego, Antonio Garrido y Antonio Hortelano, que están estupendos en sus respectivos papeles y roles. En ellos pueden apreciarse diferentes reacciones ante un hecho de tal calibre: la comprensión, la intransigencia, la venganza o la lealtad.

Apoyado en una escenografía (Anna Tusell) e iluminación (Carlos Alzueta) muy funcionales, Olivares consigue no cruzar esa delgada línea que separa la ironía de la frivolidad.

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