Una fundación con nocturnidad, premeditación y hasta cierta alevosía. Santa Teresa de Jesús, Teresa de Cepeda y Ahumada, creó su segundo convento de las Carmelitas Descalzas, el de San José, a escondidas y sin avisar a nadie, en la madrugada del 15 de agosto de 1567, en Medina del Campo con la decidida finalidad de expandir la reforma de la disoluta Orden del Carmelo, iniciada en su Ávila natal. La villa castellana era uno de los centros comerciales más importantes del mundo desde el SXV hasta el punto de competir con la enorme pujanza de Amberes. Donde en 1504 había fallecido Isabel la Católica, Santa Teresa conoció en octubre de 1567 a San Juan de la Cruz, el primer descalzo de la historia al que la religiosa abulense llamará siempre su «medio fraile».

La cita en Medina del Campo de estos dos genios de la literatura y de la espiritualidad fue decisiva para la revolución descalza que huía de los continuos fraudes de la Iglesia reinante para apostar por la estricta clausura, el silencio casi perpetuo, la mayor de las pobrezas y la austeridad. Así continúan viviendo en el Convento de San José, en la calle de Santa Teresa, las 21 monjas que siguen las doctrinas del Carmelo reformado y que ahora por primera vez en 448 años abren las puertas de la reclusión para que los visitantes observen el lugar al que llegó la fundadora para levantar su segundo «palomarcito» en «una ciudad rica, con capacidad de dar limosna y a tan solo dos días de viaje» de su Ávila natal.

La colección de ornamentos litúrgicos que exhiben las religiosas en la primera estancia del convento choca por su riqueza con la pobreza en la que ellas viven pero evidencia que la Santa, tras sortear infinidad de vicisitudes, logró el respeto en forma de regalos y donaciones de los grandes señores de la época. Destaca un locutorio con la Virgen de las Victorias en óleo sobre tabla del SXV con reminiscencias ruso-bizantinas comprado en una de las famosísimas ferias de Medina del Campo por una señora que posteriormente entró en la orden a la que cedió su patrimonio.

Las cartas originales de sor Ana de Bartolomé, la monja que acompañó y cuidó de la Madre hasta su muerte en Alba de Tormes, dan fe de la evolución de las descalzas por Europa y describen con todo rigor los detalles del cerco a la ciudad holandesa de Breda.

El patio de la casa, inexpugnable para ojos extraños, conserva un pozo y es fiel reflejo del huerto interior que la Santa siempre quiso tener en sus conventos para garantizarse el cultivo de verduras, hortalizas y frutas. El patio da acceso al desvencijado portal que Teresa y sus monjas tomaron en la madrugada del 15 de agosto de 1567 para acondicionarlo durante meses con las consiguientes denuncias de otras órdenes religiosas ya asentadas en la villa que se negaban a compartir las riquezas de los fieles con las advenedizas descalzas.

Fue en ese portal, reconvertido en octubre en locutorio, donde una Madre Teresa de casi 60 años conoció al jovencísimo veinteañero y carmelita desencantado San Juan de la Cruz, al que convenció para que se olvidase de entrar en la Cartuja y se uniese a su movimiento revolucionario. La seriedad de Juan hacía de contrapunto al carácter más abierto, sociable y andariego de Teresa. Juntos hicieron posible una dificilísima reforma.

Amante de la soledad y estoico de solemnidad, el místico fundó en Duruelo (Segovia) el primer convento de Carmelitas Descalzos acompañado de otro fraile, Antonio de Heredia, y se entregó sin medias tintas a la oración, la contemplación y la escritura bajo la premisa de la pobreza extrema. Fue entonces cuando Teresa dijo: «Bueno, ya tengo fraile y medio».

Pobres eran también las celdas de Teresa y de sus monjas. Al principio eran 13 para pasar posteriormente a ser una legión de 21 religiosas. Un jergón de paja les servía de camastro en unas reducidas habitaciones en las que solo se permitía la decoración de un crucifijo. El aposento de la Santa, durante más de tres años priora del convento medinense, fue reconvertido por la orden en 1682 en lugar de homenaje a la fundadora en el que se guarda hasta la madera sobre la que ella escribía, siempre sentada en el suelo.

De esta celda partió Santa Teresa de Jesús en su último viaje de 78 kilómetros a Alba de Tormes, donde falleció el 4 de octubre de 1582. Desde 1981, los devotos de la Santa, beatificada por Paulo V en 1614, patrona de los escritores y primera Doctora de la Iglesia, inician cada 17 de septiembre el viaje de Medina del Campo a la Villa Ducal salmantina en un peregrinaje de tres días, para llegar en la tarde de la víspera de San Mateo, y recordar el último recorrido de una santa que este año celebra los 500 años de su nacimiento.