«Esa afirmación no fue cierta, o sea que no la mantengo». Con estas palabras, pronunciadas en la Audiencia Nacional el 15 de julio de 2013, un desarbolado Luis Bárcenas cambiaba de estrategia de defensa. Admitía ser el autor de los llamados papeles de Bárcenas, y la contabilidad B. La dramaturgia d | e Jordi Casanovas ha sido fiel a la declaración, tan sólo ha acotado su duración y ha alterado el orden de algunos fragmentos. La obra se trasforma así en lo que los ingleses denominan Verbatim Theatre: una forma teatral que lleva a escena hechos reales. El protagonismo se encuentra en el interés de ver y oír la descripción del funcionamiento de los supuestos sobresueldos y donaciones ilegales, y, claro, la actitud del extesorero convertido en un personaje hecho a su imagen y semejanza.

Más que un interés puramente teatral (no hay conflicto, a todo lo más un conjunto de réplicas y contrarréplicas que el público sigue como si se tratara de un partido de tenis), tiene un interés social. En una época donde la realidad muchas veces es simple simulacro (Baudrillard), la obra restituye dicha realidad al romper las paredes del juzgado. Y lo que vemos, a través de la dirección invisible de Alberto Sanjuan, no es a través de titulares de prensa, sino con la pausa necesaria para reflexionar. Con la fuerza del directo del teatro, los hechos revuelven los jugos gástricos, se hacen marrones, como el color de los sobres en los que, según el personaje (real y ficticio) Bárcenas, entregó a una tal Copedal, y a un tal Rajoy. Esto se dice de verdad, porque la interpretación de Pedro Casablanc es muy brillante, sin caricaturas añadidas. Manolo Solo cumple bien como juez Ruz.

Pero más allá de lo dicho, lo importante es que el teatro se inmiscuya en la realidad social y política y que, como en este caso, induzca a repensar lo ya sabido, y a propulsar el debate sobre la corrupción, como el que de hecho se produjo en la noche del estreno con la presencia de políticos de todas las especies, salvo de una. ¿Adivinan cuál?