Hace un puñado de años una muchacha se acercó a un tríptico de Cy Twombly, un lienzo perfectamente blanco, y lo pintó con un beso. Para darle un tamiz místico al asunto o acabar de rizar el disparate, la joven alegó que había sido «un acto de amor» hacia el cuadro. Así nacen las leyendas. En la tercera planta del edificio de la Fundación Bancaja, en una pared en suave penumbra, hay otro extraño tríptico, también de Twombly. Son tres fotografías que realizó el pintor en su última etapa. Desenfocadas y resplandecientes, como si se hubiera topado con un extraterrestre en mitad de la noche, retrató el artista unas Trompetas del ángel, flores tóxicas utilizadas en ciertos rituales; la lisérgica composición anda reclamando que otro chiflado se acerque a chupar el veneno directamente de la imagen.

Las fotografías de Twombly son unas de las últimas adquisiciones del fondo artístico de Iberdrola que desde hace poco más de un año se ha convertido en una exposición itinerante. Después de Bilbao, Madrid y Valladolid, se detiene en Valencia con 85 piezas „de unas doscientas que componen la colección completa de la compañía„ y que pueden visitarse de manera gratuita hasta el próximo mes de octubre. A la capital del Turia ha llegado tras el reconocimiento de ARCO y con varias incorporaciones de artistas como Marina Abramovic, Christian Boltanski o Allan Sekula.

Pero hemos empezado por el final. Entren créditos: La piel translúcida, así se llama la colección, una alegoría a la sede de la corporación en Bilbao, toda revestida de vidrio. «Pero es también una invitación a buscar el signo tras la obra», advierte Javier González de Durana, comisario de la colección que salta de cuadro en cuadro impulsado por el mismo entusiasmo que subraya sus explicaciones. «Ahí tienen una obra de Adolfo Guiard, el primer impresionista en España», relata, señalando un cuadro diminuto en una de las salas, donde un friso de José Arrúe de 1919 parece anticipar el trazo del cómic.

Este es en realidad el inicio del viaje que proponen los organizadores, y que parte de las obras de pintores vascos de finales del XIX, una señal a las raíces de la empresa propietaria de las obras. Chillida, Tàpies, Antonio López y Barceló marcan la transición hacia el arte de segunda mitad del siglo XX en España, que se derrama al resto del planeta en los siguientes niveles. Los edificios industriales que retrataban el futuro en las fotografías de los Becher; imágenes de Mapplethorpe, de Cindy Sherman y de Richard Prince, en la que un visitante reconoce al vaquero que utilizó Marlboro. En un guiño a los anfitriones, hay en esta exposición hueco para los autores valencianos. Un Genovés extraido del edificio en la avenida de Francia se expone junto a obras de Manuel Hernández, Manolo Valdés y Jordi Teixidor. También hay muestras del pop art del Equipo Crónica.

Más allá, la exposición parece adentrarse en un futuro sin lienzo ni pintura, en el que un holograma de James Turrell deja paso a una habitación donde cuatro árboles, proyectados en los cuatro tabiques, giran sobre su propio eje, cada uno en una estación del año. Esta obra de Jennifer Steinkamp marca el final del trayecto. Por cierto, nadie, en la inauguración sintió la pasión irrefrenable de besar las flores de Twombly.