Hace cuatro años el director de escena Damiano Michieletto se llevó el texto de Donizetti El elixir de amor a un chiringuito de playa. La rompedora puesta en escena hizo al público apuntarse las señas de un joven regista desacomplejado que resumía su atrevimiento así: «[La obra] recoge de manera simple las relaciones necesarias del libreto y potencia la diversión y la credibilidad para el público de hoy». Había en su discurso un claro afán por transgredir que se confirmó con su regreso al Palau de les Arts dos años años después para trasladar El barbero de Sevilla de Rossini a los arrabales de los años ochenta.

Pretensiones no le faltaban a un director que ha saltado del trampolín de Les Arts a dirigir en lugares como el Covent Garden de Londres, donde hace unos días se anunciaba como renovador del Guillermo Tell, también de Rossini. Pero allí Michieletto se ha dado de bruces con el público. La bronca que recibió durante la representación saltó de inmediato a la prensa y la crítica en Reino Unido ha elevado el abucheo que se llevó el director a uno de los más intensos que se recuerdan en el teatro londinense. Para los presentes, la reformulación de la obra fue demasiado lejos. Todo estalló por los aires en el tercer acto, cuando en una escena se representaba sobre las tablas la violación de una muchacha desnuda, simulada aunque demasiado realista, por parte de un grupo de soldados. Eso voló el puente entre las intenciones del autor y las expectativas del público, para el que Michieletto cruzó el umbral de lo permisible en un teatro.

La propuesta de Michieletto, por cierto, consistía en trasladar la historia del famoso ballestero desde Suiza hasta Bosnia y en plena guerra de los balcanes. Y la guerra tiene sus horrores, se justificaba el responsable tras los pitos, sin intención de dar un paso a atrás: «Si no sientes la brutalidad, el sufrimiento de esa gente; si quieres esconderlo, se convierte en algo blando, en algo para niños», recogía The Guardian. Desde la platea, sin embargo, ya le habían hecho entender que no fueron allí para ver una fotografía de la barbarie. El mismo rotativo inglés resalta la opinión del crítico George Hall, que enterró la producción calificando la escena de la discordia como «gratuita».

Contrariamente al estoicismo de Michieletto, el teatro sí ha tratado de acercarse a sus abrumados espectadores. «Queremos asegurarles que la reacción del público a esta escena nos preocupa bastante y nos la tomamos muy en serio», admiten desde lo ópera en una carta abierta al público. Y luego se anticipan a los posibles nuevos escandalizados: «Queremos estar seguros de que los poseedores de una entrada saben que verán una escena representando momentánea desnudez y violencia de una siniestra naturaleza sexual». Kasper Holten, director artístico del Royal Opera House, fue un poco más allá y llegó a disculparse con los asistentes que se sintieran «angustiados».

La obra tiene programadas cuatro funciones más durante el mes de julio y queda por ver si el impacto de la escena ejerce de efecto llamada o aniquila la proyección de Michieletto, que siempre quiso ir un poco más allá.