Minutos antes de que Marc Anthony saltara al escenario en la megafonía se distinguía, entre el barullo, «Impossible Germany» de Wilco, quizás para atenuar la fiebre de un público que se agitaba en el césped desde las siete de la tarde.

Hubo más contrastes en la noche de Anthony, que emergió pasadas las 23:30 con uno de sus grandes éxitos, «Valió la pena». Por ejemplo, la diferencia de densidad del público entre las gradas bajas, atestadas, y la parte alta de tribuna, donde se divisaban claros, aunque la organización apuntaba al «sold out». Quizás se debiera a los problemas en la distribución de los que se quejaron algunos asistentes: había gente colándose en el primer anillo y hubo que reubicar a parte del público con esas localidades en el anfiteatro superior, incluso en la zona de discapacitados. También hubo problemas en los accesos a la zona VIP. Algunas personas señalaban que quienes estaban en las puertas no conocían la distribución de Mestalla.

La irrupción de la estrella neoyorquina ordenó el espacio. Al tercer tema todo el estadio se contoneaba al unísono al ritmo de un violín.Que Anthony tiene título real se ha ido comprobando en el goteo de páginas en su nombre hasta su aparición sobre el escenario. Su corte de 45 acompañantes, su guardia pretoriana de una veintena de músicos y el minimalismo del gusto por el olor a lavanda en el camerino. En estos casos las cifras siempre dan la medida de la celebridad. No hace falta averiguar del todo a qué se dedica la multitud que le acompaña en la gira, basta saber que hay una galaxia entera orbitando alrededor suyo.

Anoche había, por cierto, 38 medios de comunicación acreditados para acreditar la venida del mesías de la salsa en un escenario en el que de música solo quedaba el eco de los desabridos gritos de Julio Iglesias, hace casi veinte años. Ayer, en la reconversión de Mestalla en templo de la música latina „por un día„ el recinto contó cantantes para el próximo lustro. Desde la hora de la merienda hasta las tres de la madrugada se extendió la sombra de Marc Anthony, que lleva en su cartel un festival: tres teloneros llenaron las horas previas a su actuación y otro, Luis Miguel del Amargue, le sucedió. En total ocho horas, una jornada laboral entera de agitar las caderas.

Para él y su ejército de músicos, un escenario de setenta metros de largo en el centro del estadio, recortado el recinto para obviar el espacio sobrante y donde es tan importante el trueno como el relámpago: pantallas led y luces robóticas que iluminaron el cielo al punto de convocar a Batman a la Alameda, que para eso el último trabajo del cantante se llama 3.0. Ni un detalle faltaba en la puesta de escena, para que en las crónicas no falten los prefijos hiperbólicos. El macroespectáculo de Anthony en Valencia, tras recorrer media península, había de ganar al público por extenuación.