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Tribuna

La escritura y la vida

No sé si escribir y vivír son una misma cosa. A ratos pienso que sí. Otros ratos pienso que no se parecen en nada. Sin embargo en Manuel Talens las dos cosas iban juntas. Sus novelas, sus relatos, sus artículos periodísticos salían de ese grumo revuelto amasado con el agua y la sal de los mejores sueños, esos sueños con los que trabamos un tiempo distinto „ojalá que mejor„ al que vivimos cada día. Juntos anduvimos no sé cuántas trochas casi siempre difíciles. En la literatura y en la vida. Cada novela suya y muchas de las mías las presentábamos en sociedad juntos, con esa libertaria complicidad de viejos camaradas que seguirán así aunque el mundo se caiga hecho pedazos. Un día me llamó. Hace años. Quería que le contara detalles de los lugares donde transcurría mi novela Maquis. De ahí salió María, uno de sus relatos más impresionantes. Desde entonces no he parado de leerlo, de releerlo una y mil veces. Era Manuel como un niño muchas veces. Como si estuviera recién salido de aquella infancia que escribía Claudio Rodríguez: «Ese hondo oficio de inocencia». Lo he dicho muchas veces y en muchos sitios: era un escritor descomunal y aún era más bueno en ese oficio tan jodido del vivir. El territorio donde se movía era el de una amistad a prueba de siglos, de una lealtad que no sabía de traiciones, de una manera de entender su relación con el mundo que en algunas ocasiones le hacían parecer el más entrañable y sabio de los extraterrestres. Hace un rato que Manuel se ha muerto. Sólo un rato. No sé si morirse es «no tener sueños, ni lugar, ni nombre», como escribía por otros motivos su hermano Jenaro. A lo mejor morirse es eso. Pero los sueños de Manuel van a seguir aquí. Como sus novelas. Como sus relatos. Como su vida de escritor inmenso y hombre bueno. Seguro.

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