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Entrevista | Guillermo Roz

"El amor propio nos salva de todos los demonios"

El novelista sostiene que en Hispanoamérica permanecen "unos sueños revolucionarios de la literatura difíciles de encontrar en lugares más viejos"

"El amor propio nos salva de todos los demonios"

¿Qué hace un escritor serio metido en una novela histórica, habitualmente desconsideradas?

No diría que Malemort es una novela historica, porque no busca contar un hecho histórico, aunque hay un disparador histórico: en el siglo XIX, los franceses colonizan un pueblo en el inicio de la Patagonia. Pero es una historia de amor y desamor también, en contra del sambenito del impotente. Tiene todos los géneros y ninguno.

Por el precio de una.

Y con poco respeto por los géneros. Yo me pongo a escribir como quien sale a caminar por la calle y ve hechos distintos.

¿El premio es una forma de rentabilizar el tiempo dedicado a la escritura?

El premio es una forma de ganar tiempo para escribir otra novela, básicamente. Los premios dan pie a que te respeten y, como dice Matute, no hacen escritores, pero sí lectores. Y un escritor siempre espera nuevos ojos que naveguen por sus líneas.

Esta mañana oía un anuncio de terapias sexuales y recordé su novela. «¿Cuánto valora el sexo de 0 a 10?», preguntaba el anuncio. ¿El sexo nos define?

Absolutamente. Somos Eros y Tanatos, sexo y muerte, y en esta novela se baten todo el tiempo.

Reivindica el amor propio. ¿Es la tabla de salvación si no hay amor compartido?

Sí. Me toco vivir historias complicadas y me di cuenta de que como no me quería la persona que yo quería me tenía que empezar a querer yo. Cuando uno empieza a quererse ante el espejo, todo empieza a florecer.

Pero el amor propio tiene mala prensa cuando se le confunde con el orgullo...

El orgullo es hijo del complejo de inferioridad. Aquel que tiene que ponerse caretas enormes porque siente que su cara es muy poca cosa. El amor propio es la luz más íntima, esencial y real con que venimos al mundo y que nos salva de todos los demonios.

Habla también del desarraigo del emigrante. ¿Conoce ese sentimiento?

Sí. Cualquier persona que sale de su entorno para cruzar un río sufre. Y de ese sufrimiento se aprenden quizá las mejores cosas: que en una tierra u otra, lo que salva es la esencia del ser humano.

¿Esa esencia es la identidad o esta cambia?

La identidad verdadera se conoce a través de la comparación y el tránsito por las tierras. Cuando te sacan la música, los perfumes y los sabores de toda la vida y tienes más para comparar, te preguntas qué te gusta de verdad. La identidad siempre gana cuando es puesta a prueba.

¿El tránsito previene los nacionalismos?

Sí. Los nacionalismos son hijos del miedo, en general, y el miedo es ese monstruo sin cara que llevamos dentro. Ojalá el hombre del futuro pueda vivir para la sola bandera del género humano.

¿La potencia de literatura en español está cada vez más en Hispanoamérica?

Es difícil porque es poner en comparación dos ámbitos demasiado desiguales. Lo que tengo claro es que en Hispanoamérica todavía hay unos sueños revolucionarios de la literatura, unas hambres e ilusiones que difícilmente se pueden encontrar en otros lugares más viejos y eso se refleja en literaturas como la argentina, mexicana y peruana, que me parecen destacables.

¿Qué es Europa desde el otro lado?

¡Qué difícil! Para algunos fue siempre una cajita de cristal imposible de tocar, donde todo era de oro y rezumaba sabiduria. Cuando llegas te das cuentas de que es un lugar tan hermoso y miserable como aquel del que venías. De todas maneras, a algunos creadores nos queda cómodo vivir cerca del Instituto Cervantes o la Bibliteca Nacional porque es estar cerca de los fantasmas paternales con los que nos educamos.

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