«No ha habido ni habrá un éxito semejante a Valencia en el mundo», augura Eugenia Montero, sobrina del músico José Padilla. Lo afirma contundente, respaldada por la trayectoria de su tío, compositor del éxito internacionalmente conocido, el pasodoble Valencia, que cada 19 de marzo acompaña a las falleras en su llanto mientras ven arder los más conocidos monumentos valencianos: los ninots.

La música del almeriense José Padilla sonó el mes pasado en Niznni Nóvgorod, la tercera ciudad con más habitantes de Rusia, durante el festival de verano que se celebra cada año en la ciudad. Más de mil butacas se llenaron para escuchar a la Orquesta Sinfónica Niznni Nóvgorod, bajo la batuta de su director Alexandr Skulski y y con la voz de la cantante georgiana Lali Chilaya.

Sonaron temas mundialmente conocidos como La violetera, El relicario, Rapsodia Andaluza, Sol de Sevilla, Valencia o Roma. Una hora y diez minutos de un silencio imponente. «Sentir la obra Valencia tan lejos de casa fue una experiencia preciosa que conmovió a todos los asistentes», describe su sobrina, quien dijo que los músicos habían sabido captar la esencia de su tío a la perfección.

Padilla, que falleció en Madrid hace 55 años, fue un viajero empedernino. Visitó durante finales de los años veinte y principios del treinta, países como a Polonia, Dinamarca, Filipinas, Estados Unidos o Turquía. «Quiso conquistar los cinco continentes, pero con Rusia tuvo una relación especial», recuerda su sobrina.

El compositor estaba muy interesado por la literatura rusa, visitó varias veces el país y tenía amistades allí. San Petersburgo y Moscú le impresionaron notablemente y compuso obras dedicadas a estas dos ciudades: La noche blanca y La luna meciéndose en el arcoíris, que también sonaron durante la noche.

«Por primera vez la música que compuso para Rusia sonó en el lugar exacto», comenta Montero. La primera de ellas está dedicada a Moscú y la segunda a San Petersburgo, ciudades que conoció de cerca el compositor gracias a sus viajes.

En este homenaje a su obra, declarada de Interés Universal por la Unesco, las notas que más enmudecieron al público fueron las de Valencia. «Se quedaron en suspenso, congelados, inmóviles. Hay algo muy especial en ella, está tocada por la gracia», describe su sobrina. La obra «consiguió que los rusos temblaran» y al terminar despertó una gran ovación.

José Padilla debe parte de su éxito precisamente a un valenciano, Eugenio Lloret, quien apostó por su talento aun cuando ni sus familiares creían en él. «Dijeron de mi tío que no valía la pena que estudiara música y su maestro, Eugenio Lloret, continuó dándole clases hasta que muy humildemente consideró que no tenía nada más que aprender de él. Mi madre y yo nos llamamos Eugenia por algo», cuenta.

Detalles que corroboran la importancia internacional que llegó a tener Valencia perduran en ejemplos como que la ciudad y canción dieran nombre a un teatro inaugurado en el años 1929 e impulsado por el creador de la Metro Golden Mayer en Nueva York, Marcus Loew, tal como puntualiza Montero. Añade también que en París, después del estreno de la obra, se dedicó un perfume con su nombre en el año 1925. «Fue así como Padilla llevó el nombre de Valencia como un embajador por el mundo», recalca.

Recoger su obra en un museo en Valencia es también uno de los propósitos que tiene su sobrina. Ya lo intentó hace unos años al adquirir la casa centenaria de la plaza de la Armada Española, que en 1910 albergó el Casino del Marítimo y que pretendía ser un museo dedicado al músico Padilla, aunque finalmente ese proyecto no pudo llevarse a cabo y sigue pendiente en la mente de su sobrina. «Me encantaría poder traer aquí todo lo que mi tío hizo relacionado con Valencia y con su obra, así como objetos, partituras...», comenta.