La quinta edición del festival Russafa Escènica comienza mañana. Supone la consolidación de un certamen nacido en plena crisis y que representa un nuevo modelo de cultura, distinto al de «la subvención» y «los eventos» de los años 80 y 90, subrayaron ayer sus responsables. Russafa Escènica surgió del barrio que le da nombre y de decenas de artistas, profesionales y voluntarios, y ha funcionado mediante la autogestión, que le confiere algunas de sus virtudes (libertad e independencia total en la toma de decisiones) y evidencia también algunas de sus carencias: los gestores cobran menos de 400 euros al año y, como dijo ayer la directora de actividades paralelas, Ana Sanahuja, «necesitamos comer». En la misma línea, las compañías perciben parte de lo ingresado por sus funciones, ya que el proyecto —ejemplo de economía cooperativa— se autofinancia en un 85 %. Por ello, el paso siguiente es «dignificar el trabajo» que realizan.

«Ya no podemos seguir solos», afirmó el director artístico del certamen, Jerónimo Cornelles. «Necesitamos a las instituciones para crecer». Pero no para «tutelar», precisó, sino para «viajar con nosotros». En opinión del responsable de producción, Ximo Rojo, el festival puede ser «ejemplo de la situación actual» y abre una esperanza de futuro en una ciudad «poscapitalista».

Russafa Escènica no es ya espacio solo para principantes de la escena. Chema Cardeña, Víctor Sánchez o Eva Zapico estrenan montajes en esta edición, que gira sobre el lema Familias y que se desarrolla hasta el día 27 con 25 propuestas seleccionadas de las 125 que optaron. La Universitat de València colabora por primera vez. Otra novedad es la presencia de programadores de toda España. Y se mantiene el convenio con CulturArts para llevar los montajes al Teatro Rialto.