Conciertos por Italia, Dinamarca o Suiza o una gira por California el pasado abril. Nada se le resiste a Jacobo Christensen, el violinista valenciano que con tan solo 15 años ya ha tocado con prestigiosas orquestas internacionales y ha tenido como maestros a músicos de la talla de Zajar Bron.

Nacido en Valencia, de padre danés y madre española, demostró desde niño un talento especial para la música y con dos años y medio, cuando todavía no sabía hablar, tuvo su primer violín de cartón, que le hizo su padre.

«Mi primer profesor me hizo ver el violín como un juego. Eso con un niño es tremendamente importante, porque le hará amar la música. Tocar el violín es un juego, no es nada serio nunca», explica Jacobo Christensen.

Él se esfuerza por aparentar ser un chico normal y huye de toda calificación de niño prodigio, pero tener el primer premio en el Concurso Internacional de Jóvenes Músicos de Ginebra o haber tocado con la Master Chamber Orchestra son solo algunas de las pruebas de que su talento musical escapa a lo extraordinario.

«No puedo con el tema de los niños prodigio, porque cualquier niño puede ser prodigio si lo pones a estudiar nueve horas al día y aunque no todos tenemos el mismo talento, porque hay diferentes tipos de inteligencia, cualquiera puede ser un niño prodigio con esfuerzo», explica el adolescente.

El violinista recuerda el caso de Paganini, al que su padre obligaba estudiar diez horas al día y no daba de comer si le fallaba la concentración, para convertirlo así en un niño prodigio, y afirma que esa «explotación temprana no merece la pena».

«Imagina dos violinistas. Uno de ellos a los 14 toca a Paganini y el otro toca otras cosas menos complicadas y dedicándole mucho tiempo de estudio; cuando tengan 25 años los dos van a tocar exactamente igual. La cuestión no será quién toca mejor, sino quién disfruta más de la música», reflexiona.

Muchos jóvenes talentos perdieron su infancia de concierto en concierto, pero Jacobo Christensen no considera que este sea su caso, pues según él, ha llevado una vida totalmente normal. «No soy más que un chaval que va al instituto todos los días, no estoy viviendo en otra ciudad por el violín, realmente no me he perdido nada», asegura.

Por el contrario, el violín le ha aportado mucho más de lo que le ha hecho sacrificar, ya que ha disfrutado mucho con él: «He viajado por el mundo, he conocido a personas maravillosas, he hecho cosas que gente de mi edad no ha hecho nunca y he aprendido a exprimir al máximo el tiempo».

El violinista confiesa que inevitablemente se pone nervioso antes de un concierto, pero tiene su propia técnica para controlarlo: «La autohipnosis, me transporta a otro sitio más tranquilo, un bosque por ejemplo, donde pegue el sol fuerte para calentarte y activar tu circulación».

Añade que la gente «es más fuerte de lo que creemos y el subconsciente siempre está ahí para ayudarnos si lo sabemos dominar». El joven critica que los músicos tomen tranquilizantes antes de sus conciertos para evitar tener problemas técnicos por los nervios, ya que le parece «algo tremendamente antinatural, eso es trampa, directamente». Jacobo ha madurado con la música, pero asegura que todavía le queda mucho «por crecer espiritualmente» y respecto a su futuro como músico tiene claro lo que quiere.

«Querría acabar en una casa en medio del bosque, tocando para mí solo y para los árboles, porque creo que se puede disfrutar la música tanto en la mejor orquesta del mundo como en una esquina en la calle, viviendo de las moneditas que te echan», afirma. Según Jacobo Christensen, la música le ha enseñado «miles de cosas», pero destaca que ha aprendido «que todo lo que empieza, un día termina, y lo único que podemos hacer es disfrutar y terminarlo de una forma conclusiva, como lo hacen las piezas musicales».