Los novillos de Torrestrella estuvieron muy bien presentados. Compusieron un lote cuajado, parejo y reunido. El acucharado primero tuvo tanta clase como fijeza y bondad. Bravo, obediente y con transmisión, dio un excelente juego. El segundo apuntó un excelente fondo, aunque estuvo tan falto de fuelle como de fuerzas. A pesar de que resultó manejable, supo a poco. Mucho cuajo y seriedad tuvo el tercero. Un ejemplar enrazado y exigente, que tuvo fijeza si bien le costó un punto humillar y tendió a reponer. Y el cuajado cierraplaza esperó y echó la cara arriba en banderillas, se lo pensó y se quedó muy corto. Exigió mucho a su matador pero tuvo interés. Filiberto puso de manifiesto oficio y un buen sentido de la ligazón ante el que abrió plaza. Con todo, su labor tuvo más de metraje que de mensaje y su redacción fue de una caligrafía escasamente rutilante. En conjunto estuvo muy por debajo de su excelente oponente y coronó su labor mal con los aceros. Y anduvo voluntarioso y tesonero ante el tercero, en una labor afanosa en la que pareció venirle grande su antagonista, que le pegó una voltereta. Cortó una oreja.

Ginés Marín brilló en su rutilante saludo capoteril al segundo, tanto de recibo como en el original quite que firmó. Con la muleta se mostró muy sobrado y suficiente. Dio la impresión de que le faltó enemigo. Mató de una estocada de efectos fulminantes. Y no acabó de estar a gusto ante el cuarto, al que plantó cara pero sin terminar de imponerse y falto de autoridad. En esta ocasión pareció venirle grande. Mató, eso sí, de una buena estocada. Cortó una oreja en cada uno y abrió la puerta grande. El sobresaliente Hernández Maya se mostró oportuno en quites.