Con la idea de dejar claro, y para la gente que quiera realizar una historia real, vuelvo, después de estudiar a fondo el asunto, a los salones, ferias y las historietas, o mejor cuadernos de narrativa literaria visual, conocida en el mundo últimamente como cómics, cuyo reportaje publicó Levante-EMV el pasado 4 de octubre.

Entonces escribí de memoria. Ahora lo completo y termino con pruebas que evidencian que Valencia sí fue la primera en salones y cuadernos de aventuras que se publicaron antes y durante la Guerra Civil, tal es el caso de Guerri y la Editorial Valenciana, con su Roberto Alcázar famoso, cuyo autor literario fue el prolífico escritor de cientos de novelas de kiosco, así llamadas por los teóricos, o novelas por entregas, Alfonso Arizmendi Regaldie, nacido en 1911. Antes de ser llevado a la cárcel entregó, como era costumbre, un personaje inspirado en uno de sus propios personajes de las citadas novelitas, Colección Drake Durbin, a su vez inspiradas en el célebre aventurero-detective inglés Sexton Blake. El editor o sus asesores, que eran uno o dos, durante la guerra, y trasladado ya a la calle Triador, abandonando la calle de Cirilo Amorós, donde era portero de una de aquellas nuevas fincas y al lado realizaba, en una planta baja, sus obritas por entregas y demás. Por causas comprensibles, durante la rebelión cambió el nombre del personaje con que lo había bautizado Arizmendi, el autor del primer cuaderno, Jorge Duero y Luisín, por el de Roberto Alcázar y Pedrín, que resulta muy significativo si se lee el cuaderno y vemos a un niño polizón en un barco que deja detrás la rebelión española y su guerra. La colección apareció con el genérico nombre de Las más extraordinarias aventuras, que más tarde se convertiría en Selección aventurera.

Algo parecido está ocurriendo con el tema de los salones del cómic. En 1975 fundé uno, en compañía de unos valerosos aficionados algunos ya citados en mi anterior artículo „como José Pérez Casado, Vicente Calvo, etc.„, y fue al siguiente año cuando se inició el Primer Salón del Cómic y la Ilustración. Fueron varios los expositores, entre ellos el posteriormente condecorado Miguel Quesada; se hicieron conferencias y, en una de ellas, intervino el luego alcalde socialista, Ricard Pérez Casado. En 1977 se realizó el segundo, el tercero en 1978, en 1979 otro y en 1980 se tuvo que terminar, debido a la falta de ayuda estatal o cultural.

Mira por dónde, el siguiente año aparecía en Barcelona el Primer Salón del Cómic y la Ilustración. A partir de ahí, Valencia desapareció de la historia para los «eruditos» de entonces y ahora, en donde, a fuerza de ser sinceros, los llamados salones no son sino una muestra „poca„ de algunos dibujantes noveles, apadrinados por la política o editoriales, y el tiempo nos confirma que salvo los primeros laureados Alfonso Font, y otros, como José Ortiz, olvidándose de uno de los más importantes dibujantes y últimamente pintor y barcelonés: Francisco Batet Pellejero. Queda prueba pues de que fue en Valencia donde nació la atención a la historieta y se divulgó este arte, hasta en EE UU, donde el marginado Rafa Fonteriz fue el primero en trabajar en los cómics de Superhéroes USA, mientras José Ortiz fue el primero en trabajar para la tira diaria en Inglaterra, al igual que Batet lo había realizado en Francia. Creo pues injusto el olvido de cuanto he relatado y esa publicidad, a mitad camino de la información y de la mendicidad, que flaco favor le hace a nuestro tebeo, en el que Valencia abrió las puertas a todo dibujante, noveles o veteranos. Pero a pesar de todos estos años, siempre ha habido un distanciamiento entre este arte, sobre todo en estos veinte últimos, en que el valor atribuido a la historieta pasó de EE UU a Francia, buscando ese género artístico de «Línea Clara», o sea sin el cuidado en la viñeta en sí, sus fondos, su belleza, que fue adaptándose a los noveles, descuidando a los grandes convertidos de inmediato en clásicos, como Cuvelier, Jijé. Y no me olvido de intentos de cambiar formas, es que no viene al caso, pues en vez de enriquecer destrozaron el tebeo, lo que no fue compartido por el público en general, que prefería y prefiere, el dibujo realista. Esto y los cambios tecnológicos han hecho que el público abandone muchas cosas que deben perdurar, entre ellas la historieta.

En los cinco primeros años de disfrute del Salón Nacional del Cómic y la Ilustración, fue mantenido por un grupo de aficionados valientes y amantes del género, que no pensaron al inicio en «presupuestos» ni ayuda estatal, pero sí cultural, vaya pues por agradecimiento a ellos y a El Micalet, que prestó su local. Y no nos engañemos, la historieta ya es historia, hoy son álbumes refritos franceses de su «época dorada» o basura ilustrada en álbumes, con pretensiones que aburren. Tal vez la solución esté en la vuelta al inicio: buena ilustración, distracción mezclada con alguna o ninguna pretensión de vivir el cómic, como no vive ni el cómic basura o manga.

La lucha es dura. Aconsejo antes de tocar este tema de la historieta ponerse en contacto con los historiadores expertos y consultar el libro que publicó Levante-EMV, el primero con un plantel de teóricos nacionales, La historia del tebeo valenciano.

También Valencia fue la primera y única en publicar en EE UU, de una manera concisa pero importante Historia del tebeo valenciano, nada que ver, pues fue actualizada, y con nuevas entradas, con lo ya publicado. Así que cuidemos con honor nuestro tebeo, la historieta que enseñó a leer a varias generaciones, sin pretensiones y por verdadero «amor al arte», cobrando poco y malviviendo. Seamos una minoría, pero una minoría honrada y sin publicidad como no la tuvieron los pioneros, para evitar el bajón y la caída del género, y su lugar en el arte.