Levante-EMV

Levante-EMV

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Conmemoración

El siglo del Olympia

El principal teatro privado de Valencia levantó el telón por vez primera el 10 de noviembre de 1915 con una producción de ópera

El siglo del Olympia

­El teatro siempre ha tenido un halo litúrgico, de comunión entre unos oficiantes (actores) y una parroquia que observa, escucha y se emociona (o no) desde abajo. En el Olympia de Valencia existe un factor más para este vínculo místico: donde se levanta existió un convento para mujeres arrepentidas (prostitutas que dejaban la calle, dicho sin eufemismos). Así fue hasta que llegaron las desamortizaciones y los cierres de monasterios del siglo XIX, y aquella manzana entre las calles San Vicente y Garrigues pasó a estar ocupada por un imponente edificio de viviendas. El cuerpo central de la zona baja es desde 1915 para el Teatro Olympia.

Su apertura, el 10 de noviembre de aquel año „hace ahora un siglo„, fue calificada en la prensa local como el acontecimiento del invierno. Valencia no estaba ni mucho menos huérfana entonces de teatros (más bien al contrario): existían ya, entre los importantes, el Principal, el Princesa, el Apolo, el Ruzafa o el Eslava, y había abierto unos días antes el Benlliure en el distrito marítimo.

De todos ellos, solo el Principal sobrevive bajo el paraguas protector de las instituciones públicas. El dato ilustra la relevancia de los cien años de actividad del Olympia en manos de la empresa privada. En 1915 fue la firma Such y Martí la que puso en marcha la sala; desde 1953 Enrique Fayos y, ahora, sus hijos regentan el principal teatro de la ciudad.

Este, diseñado por el arquitecto Vicente Rodríguez, abrió con ópera „las salas acogían entonces desde género lírico a primitivas proyecciones cinematográficas, como el kinemacolor, una rareza que hacía furor aquel año„, con la compañía del barítono Ricardo Stracciari y la participación de la soprano valenciana María Llacer. Durante cuatro funciones ofrecieron una selección de El barbero de Sevilla, Rigoletto, Tosca y Manon.

Las entradas costaban de dos pesetas a 100 (los palcos principales), precios calificados en la prensa de entonces de «exorbitantes» „el debate del valor de la cultura no es nuevo, ya se ve„. Llamó la atención el desnivel del patio de butacas (tendencia que venía de Europa) y la presencia de «señoritas acomodadoras».

La modernidad fue decantando la oferta de la sala hacia el celuloide, como sucedió en muchas a partir del advenimiento del cine sonoro. Y así, como cine, el Olympia pasó en 1953 a manos de Enrique Fayos, que tenía experiencia en el negocio de la exhibición de películas porque su padre programaba el Goya desde los años veinte. Y así permaneció treinta años, hasta el punto de que hasta hace no demasiado era posible oír a alguien que se refería al local como «cine Olympia».

La crisis por la irrupción de la televisión en color y el vídeo provocó en 1983 el regreso a los orígenes, al teatro. Matías Colsada, que se ocupaba del Princesa, ofreció a Fayos el contrato que tenía con Arturo Fernández para la obra La chica del asiento de atrás y el resultado fue espectacular: en un mes hicieron la recaudación de seis como cine. El camino estaba abierto.

Entonces solo hicieron algún arreglo en el escenario. Por lo demás, el teatro estaba como en 1915. La modernización de la sala llegaría en 2000, con una reforma que afectó al 100 % del inmueble.

Enrique Fayos Bonell, actual gerente de una empresa (Olympia Metropolitana SA) que además del centenario teatro gestiona también el Talia en la ciudad y cuatro auditorios públicos (Catarroja, Torrent, Altea y la Vall d´Uixò), recuerda aquel periodo de 1982 a 1985 como el más difícil. Años «de reconversión, en los que estuvimos a punto de dejar el local».

Hoy el proyecto está consolidado, afirma, «pero hasta hace diez años lo hemos pasado mal. Solo había teatros públicos en Valencia y convencer de que una programación de calidad y comercial era posible ha costado».

Junto a rostros de tirón popular, el escenario de la calle San Vicente ha visto pasar propuestas de riesgo. La Fura dels Baus, Dagoll Dagom o Els Joglars han estado en más de una ocasión. También grandes nombres de la escena: José Luis López Vázquez, Sacristán, Héctor Alterio, Rubianes, Amparo Rivelles, Rafaela Aparicio, Concha Velasco? Y ahora se prepara para vover a recibir a Ricardo Darín.

En ocasiones se suele reprochar que ha sido un espacio más atento a las producciones de Madrid y Barcelona que a las valencianas, pero los gestores replican con una enumeración de montajes con sello local: Besos, de Albena; Ballant ballant, de la Companyia Teatre Micalet; Totus Tous, o La corte del faraón dirigida por Rafa Calatayud, entre otros.

El proyecto teatral es una realidad firme. Con 912 butacas, el Olympia (Premio Importante de Levante-EMV n 1996) está entre los diez teatros de España con más espectadores: una media de 150.000 al año, que suman casi cinco millones desde 1983 enlas alrededor de de 7.700 representaciones realizadas. Pero si Fayos tiene que decir un hito en esta etapa tarda segundos en contestar que el logro es «levantar el telón cada día, con un IVA del 21 % y una crisis brutal». «Tener actividad y pagar a plantilla [42 personas] y proveedores. Ese es el hito».

Paradojas del destino. A través de Colsada los Fayos se introdujeron en el mundo de la escena en 1983 y ahora, desde 20o1, tras la muerte del empresario, Olympia Metropolitana programa su teatro, el Apolo de Barcelona.

Gestionar diversas salas es también una forma de resistir, al crear economías de escala que mejoran las posibilidades de contratar. Lo mismo puede decirse de la producción de espectáculos propios. Empezaron a finales de los ochenta con un montaje de Joan Monleón a partir de dos sainetes y, en la actualidad, tienen cinco en gira (La cena de los idiotas, Taxi, Una boda feliz, l´Alqueria blanca y La ratonera, en cartel en la sala este fin de semana).

Décadas de teatro dan para escenas de todo tipo. Mª Ángeles Fayos recuerda cómo José María Flotats no podía rodearse de nada que no fuera artístico en La cena y, entre el mobiliario versallesco, había, por ejemplo, una campanilla de Tasmania. Hace poco, el local fue el lugar de una boda civil auténtica, la de la jefa de sala.

Es tiempo de cambio político, con una apuesta renovada por el teatro público. Fayos Bonell se declara defensor de él, cuando este cuenta realmente con recursos para hacer su papel y no caer en la competencia desleal con el privado.

El pasado enseña que al futuro le gustan las sorpresas, pero de momento, y parece que por tiempo, el espectáculo puede continuar.

Compartir el artículo

stats