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Escritor

Luis Antonio de Villena: "Yo lo que no quiero ser es un viejecito decrépito"

De la estirpe de los novísimos y de vocación prolífica, De Villena empieza a deconstruirse en «El fin de los palacios de invierno», primer tomo de una autobiografía en el que, advierte, «hay menos sexo que literatura».

Luis Antonio de Villena: "Yo lo que no quiero ser es un viejecito decrépito"

Como sobre el principio de su vida ya se ha explayado él, se impone averiguar qué queda después, cuando haya completado todos los tomos en los que se piensa diseccionar; si es que, tras una inagotable obra poética, narrativa y de ensayo, más las traducciones, restará dejar que el tintero se seque al sol. «Me quedará suicidarme elegantemente», responde De Villena con sorna. Ante la interjección del interlocutor, estira un poco más la reflexión, en un eco inconsciente de La última función de Bogdanovich: «Yo he asumido que la vida tiene un fin y bueno, si uno se suicida con ochenta años tampoco es tan malo. Yo lo que no quiero ser es un viejecito decrépito. Porque de igual manera que uno nace y ahí no tiene nada que ver, en la muerte sí puede decidir», razona.

«Ser una decrépita bolsa de huesos, eso es lo ridículo», decía el personaje de la película. Pero lo que toca es la memoria de De Villena quien, al descolgar el teléfono, está enviando su último artículo a un diario, sobre el Estado Islámico. Antes de la primera pregunta ya ha recorrido él solo todo el paisaje sociopolítico actual hasta desembocar en la educación. Entonces afirma categórico: «Ahora los jóvenes llegan a la madurez literaria muy tarde, mucho más que a la sexual».

Lo dice él, que llegó a esa segunda madurez a los veintidós, tres años después de publicar Sublime Solarium (1971).

„¿Y de qué escribe un poeta cuando no conoce el sexo?

„Del deseo, sobre todo, que es lo que he hecho toda mi vida. Del coito en sí no se escribe, se escribe siempre del deseo.

En este primer volumen, El fin de los palacios de invierno, que presentó ayer en Valencia, el adscrito al grupo de los venecianos, aborda desde su infancia hasta, precisamente, el despertar de esa conciencia sexual tardía, a su parecer. Por eso, advierte, esta obra «tiene más literatura que sexo», aunque anuncia que, de llegar las siguientes entregas, se invertirá la ecuación.

Sí se podrá comprobar ahora y «sin trampas, salvo la omisión del nombre del algún primo», cómo llegó De Villena a ser el escritor de las mil etiquetas: el dandi, el representante de la literatura homoerótica, todas esas cosas. Al acabar el bachillerato, apunta, ya le habían colgado dos: «un profesor me había llamado pagano y un poeta me había dicho que era un maldito». Y aquello, reconoce, le encantaba. Fue ahí cuando quizás adquirió cierta autoconsciencia literaria. «Antes no: yo era un chico solitario y mimadísimo y en el colegio me decían que era raro, así que me hacía el raro. Pero no por hacerme un personaje, sino porque lo sentía», recuerda. A los quince ya estaba escribiendo, mucho antes de que llegara el segundo despertar.

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