Muy variados „¿en exceso?„ los estilos convocados en el recital de la soprano valenciana Isabel Monar, junto a la pianista Concha Sánchez-Ocaña y el apoyo puntal de la guitarra de Soler, el contrabajo de Aguilar y la batería de Garcerá. Pasar de la continencia barroca de Händel al swing del musical USA tiene no pocos escollos. Y no solo por la manera de abordar las emociones sino por las servidumbres a las que es sometida la voz. Isabel Monar ha desarrollado en las últimas décadas una notable carrera dentro y fuera de España abordando programas exigentes con especial atención a los autores valencianos (Rodrigo, Asencio, Asíns Arbó, Matilde Salvador) junto a desafiantes roles mozartianos, uno de los compositores más interpretados de su repertorio de soprano, su cuerda natural. Brilla con seguridad „y sin artificio„ en el registro agudo en tanto que el centro y los pasajes graves encuentran menos sustento sonoro en obras que así lo demandan. Su selección de clásicos o standards americanos fue caballo de batalla de Sinatra (With a song in my heart), Ella Fitzgerald (Dream a little dream of me), Sara Vaughan (Bewitched), Streisand (Being alive) o Bernardette Peters (Send it to the clowns). Suena, pues, sorprendente escucharlas en otro registro aún en un timbre trabajado como el de la cantante valenciana, sólidamente formado para la lírica. Quizá esa propuesta hubiera necesitado de un mínimo de producción teatral, con un buen dimmer de luces, una mesa de café, un taburete de bar, una copa de cristal o un potente foco cenital? lo justo para recrear la complicidad de una noche de ronda. Distintas atmósferas se brindaron con el tango-habanera Youkali, de Kurt Weill, el Vocalise de Rachmaninoff (sabiamente guiada por Concha Sánchez Ocaña) y el Amado mío, con el que se cerró el programa. Todos agradecieron los aplausos con otro standard navideño. En resumen, un programa innovador en la impecable acústica del Palau de la Música, pero con una magia perdida: por falta de humo o de bourbon. O las dos cosas.
