El público adelantó la ovación, sin esperar siquiera a los primeros acordes de John Williams. Fue en un anuncio de talleres para el coche que se apodera de la imagen de la saga. Una larga letanía de anuncios después, otro aplauso marcó el inicio del estreno y dos horas y pico más tarde una última ovación clausuró la noche. Este es uno de los anacronismos que Star Wars ha recuperado para el cine, el reconocimiento final del público, como también lo son las largas colas una hora antes de la proyección y el jolgorio expectante en el atestado patio de butacas, postales reservadas a otros fenómenos de masas o a otras décadas del cine.

Por otro lado, el aplauso anticipado muestra que el entusiasmo del público fiel a la saga puede con todo. Los meses de espera, alimentados por la ingente maquinaria propagandística inherente a la serie (engrasada ahora por Disney), crean el clima idóneo para que no haya lugar a la decepción. En IMDB, la puntuación de la película subía ayer hasta el 8,9 (sobre 10). El Padrino se sitúa en un 9,2. Star Wars se nutre de un público militante, semejante al que arropa a los equipos de fútbol; solo así se explica que el crítico cinematográfico que mostró cierto desapego a este El despertar de la Fuerza recibiera un buen escarmiento en las redes sociales por parte de un público que aún no había visto la película.

En los setenta George Lucas puso en marcha una franquicia que renueva los votos con sus acólitos y al tiempo genera nuevos feligreses con un poder de captación insólito. El gran logro de Star Wars en su día fue llevar las viejas aventuras a un terreno inexplorado; su gran éxito hoy reside en que no se puede disociar la película del ritual, con lo que el éxito queda asegurado. Respecto al filme, por cierto, Abrams ha captado el mensaje y tras la trilogía moderna, que marcó distancia con los viejos códigos, ha calcado el primer manual de Lucas. La nostalgia es el aceite en la máquina.