Gonzalo Montiel me escribió dos veces hace relativamente poco tiempo. No hacía falta que nos escribiéramos, porque nos vimos prácticamente a diario durante cinco años. A mí me parecía que Gonzalo era un buen tipo, que siempre estaba sonriendo y que hacía que todo fluyera fácilmente a su alrededor. Hoy, hace un rato, he comprobado que no era cosa mía.

Vengo „y escribo„ todavía compungida del entierro de un hombre joven que en este momento debería estar haciendo planes para nochevieja con su mujer, Elena, y con sus hijas, Martina y Olivia. Y sin embargo. Vengo del funeral de un hombre joven que el sábado salió a correr y cayó desplomado delante de una amiga mía que sin conocerle de nada le sostuvo la mano hasta el final. Pero esa es ya otra historia

Vengo „y escribo„ con el corazón destrozado por un dolor que seguramente viene de lejos y que me golpea ahora con la muerte de Gonzalo y que me duele por la suya y por las que sucedieron antes. Pero esa es también otra historia.

Me piden en el que fue mi periódico, que también fue el suyo, que escriba sobre Gonzalo y sólo se me viene a la cabeza que era un hombre amable, de sonrisa franca. Hoy sé que su dolor también era antiguo y que eso le hizo ser fuerte, que quiso cambiar el mundo, que militó en Esquerra Unida, que defendió la igualdad de las mujeres, que hizo de la cultura su mejor bandera. Pero yo nunca hablé de eso con él. Yo con él hablé de la mejor manera de eliminar los piojos de nuestras hijas, de los bocatas del bar de la Nau, de Daniel González Serisola, de Norberto Piqueras, de Carles Xavier López, su mejor amigo que se llamaba exactamente igual que mi marido, de la tesis de mi marido, hablábamos también, de las casualidades de la vida. De las causalidades de la vida, hablábamos también.

Y se me viene a la cabeza que me escribió dos veces. La primera para felicitarme por el premio Nadal. Gracias, compañero, le contesté.

La segunda, para felicitarme por mi nombramiento como directora general de cultura y patrimonio. Enhorabuena, Carmen, me dijo entonces, mucha suerte que será la de todos y todas. Pero ese mensaje no lo contesté. Quizá pensé hacerlo luego, en esa serie de luegos que se acumulan y que no acaban llegando nunca.

Así que le contesto ahora. Ahora que, como dice Antonio Ariño, él, con su partida, nos ha acabado cambiando un poco a todos.

Le contesto ahora. Gracias, compañero. Hasta siempre, compañero.