La española Ángela Núñez Gaitán es la directora del departamento de restauración de la Biblioteca Vaticana y aunque ya no le tiemblan las manos cuando maneja siglos de historia, aún siente el peso de la responsabilidad de preservar para la posteridad este valioso legado. «Por mis manos pasan todos estos manuscritos que se han conservado durante siglos y yo tengo que hacer que sigan durando por otros tantos siglos. Por ello, todos los días me pregunto si lo estaremos haciendo bien. ¿Estamos dando un futuro a estos libros para las próximas generaciones?», plantea Núñez Gaitán .

Esta profesora, sevillana, de 44 años, es la directora del departamento de una de las más antiguas bibliotecas del mundo, y sin duda alguna la más fascinante por los títulos que conserva. Para acceder al laboratorio de restauración y conservación de la Biblioteca se necesitan varios permisos y tiempo de espera. En estos últimos años, el departamento tiene aún más trabajo que nunca debido a la digitalización que se lleva a cabo tanto de los libros y manuscritos de la Biblioteca como del Archivo Secreto, ya que antes y después de someterse a los escáneres todos tienen que pasar por el laboratorio de restauración.

Por ello, a la entrada del laboratorio se observa una enorme burbuja de plástico con varios volúmenes que son sometidos a un tratamiento anóxico (sin oxigeno) para su desinsectación y donde permanecerán durante un mes. Una labor que se hace también periódicamente con todos los 1.600.000 libros, de estos 8.400 incunables, y otros cientos de miles de estampas, fotografías y diseños que forman una de las bibliotecas más grande del mundo.

La profesora cuenta cómo en realidad la intervención de los restauradores deber ser «mínima» y consiste en evitar que el libro se deteriore en el futuro o reparar aquella lesión que pueda causar daños mayores. «Nuestra función no es que el libro vuelva a ser nuevo. Quiero que sea funcional, que tenga una larga vida, pero no es necesario borrar el paso del tiempo. Los libros son antiguos y tienen que seguir siéndolo porque son testimonios de la Historia que vivieron», afirma. La profesora no esconde la responsabilidad cuando tiene entre las manos algunos de estos volúmenes: «Esto es historia que nos pasa entre las manos y que se nos puede caer a trozos», confiesa. Recuerda aquella vez cuando entró en el departamento y se le encargó reparar la encuadernación de un misterioso tomo de tapas de madera forradas de terciopelo rojo: «Qué no se pierda ni una fibra de la tela», le advirtió su responsable. Era el cancionero autógrafo del poeta italiano Francesco Petrarca (Siglo IV), una de las grandes joyas que conserva la Biblioteca.

También en este periodo se restaura el último gran descubrimiento de la Biblioteca Vaticana, los «Rollos de Marega», una colección de unos 10.000 documentos en carta de arroz que cubren un período temporal que va del Siglo XVII al XX, procedentes de Japón y que narran detalles de los primeros católicos en este país. Fueron llevados al Vaticano por el misionero italiano Mario Marega en los años 40 del siglo pasado y desde entonces permanecieron en los archivos vaticanos sin que nadie supiese bien que eran, hasta 2010, cuando fueron encontrados por el investigador Delio Proverbio. Hay muchos más volúmenes que esperan ser restaurados apoyados en librerías del laboratorio y la profesora revela como en este «hospital de libros» hay enfermos que tienen prioridad, pero a todos, antes o después, se les atenderá debidamente, pues la historia no se puede permitir perder a ninguno de ellos.