«Concierto nº 17»
palau de la música, 9 de enero
Dirección: Mitsuko Uchida y Itamar Zorman. Músicos: Mitsuko Uchida (piano) y Orquesta de Cámara Mahler. Obras: de Mozart.
hora que la familia léxica del adjetivo «auténtico» parece circunscrita a la materialidad del empleo de cuerdas de tripa y vientos sin llaves, este monográfico Mozart nos da oportuno pie para insistir en el carácter fundamental de la acepción que tiene que ver con el espíritu encerrado en la letra. Como en teatro ocurre con Shakespeare, Mozart es de aquellos pocos compositores en los que la bondad de una interpretación se ha de medir por la capacidad para despertar en el oyente todas las emociones, y tanto mejor cuanto más coherencia se consiga en la sucesión de éstas. En tal sentido, y no fue el único, la actuación de la japonesa Mitsuko Uchida (Atami, 1985) y la Orquesta de Cámara Mahler con que se ha abierto la temporada de invierno de este año en el Palau no cabe calificarla sino de modélica.
Lo fue, por ejemplo, el último movimiento del Concierto nº 17, concretamente desde la tercera variación al final. La sensación de una alegría inconsciente de pronto interrumpida por el paso a menor, luego recuperada con la vuelta a sol mayor y proseguida en la coda con efecto Corriam tutti! (Fígaro en el horizonte) resultó tan absolutamente memorable como inefable.
Si acudimos al primer movimiento del Nº 25 encontraremos la máxima expresión de cómo un timbre pianístico más redondo que brillante, de una consistencia que sólo la digitación hace transparente, se adapta perfectamente al tono de formidable gesto (el Emperador de Mozart) con que el compositor se despide de una manera de componer conciertos para piano que, en el terreno de la ópera, en el plazo de dos años ha llevado paralelamente de Fígaro a Don Giovanni.
Sonó en medio el central y más problemático de los tres Divertimentos K. 136-8. Con dirección ahora del concertino Itamar Zorman (Tel Aviv, 1985), veinticinco instrumentistas de cuerdas resolvieron el denso y serio Andante inicial sin que los dos Allegros se antojaran apéndices simplemente yuxtapuestos.
Un delicioso Scarlatti, inmediato pasado de lo hasta entonces escuchado, puso adecuado final como regalo.
