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Conchita Piquer, lo que quedó fuera

Como complemento al cariñoso y documentado artículo de Carles Recio, publicado en el periódico Levante-EMV del sábado 2 de enero pasado dedicado a la gran Conchita Piquer, creo que vale la pena añadir un par de anécdotas que pueden ayudar en mucho a comprender su «tan traído como llevado» (Cervantes) controvertido carácter de la admirada y querida Conchita Piquer.

Era una mujer de rompe y rasga que plantaba cara al lucero del alba, si fuera necesario. Salió, como la madrina de su hija, o sea Evita Perón, de los bajos barrios obreros, y se formaron en diferentes ambientes a los nacidos, en donde, por entonces, ciertas cosas no se perdonaban en las pías clases sociales, medianas y altas.

Ni Conchita Piquer, ni la adorada Evita, fumaron un cigarrillo en toda su vida, si bien Conchita absorbía de tal forma las letras de las coplas que cantaba, Tatuaje, por ejemplo, u otras en las que había sufrido en propia sangre.

Siempre iba acompañada de su hermana, o persona de su cortejo amistoso, ya desde el momento en que el maestro Penella vio en ella un diamante a refinar; hasta el último de los pianistas que la acompañaban en su larga carrera dedicaban todo su talento en contentar en el pentagrama a su fuerte identificación con las notas y letras, tal era el congénito don artístico con que había sido agraciada, que con su humildad no dudaba en cantar vivencias propias.

En su primer viaje a Sudamérica, tanto en Argentina como en México fue tan grande su éxito, que en ambos países escribieron para ella, dos canciones en Buenos Aires, por los más admirados compositores como eran Homero Manzi (autor del tango Sur, entre otras muchas partituras) quien le puso la letra a la milonga Ropa blanca, mientras H. Expósito recreaba una parte muy curiosa, en su composición de la letra Bien criolla y bien porteña, pues demuestra, la copla, o sea la milonga (una variante del tango), recrea una forma de su carácter y su visión de la sociedad de la época. Era 1947 cuando se grabó, reproduzco aquí el inicio y fin de la letra:

«Para cantarle al amor / no se precisa experiencia; se forma un niño entre dos / y lo demás€ va sin letra».

«Que al terminar la milonga / bien criolla y bien porteña, para cantarle al amor / yo canto de esta manera».

Tanto una como la otra canción nunca fue de nadie más que del repertorio de Conchita Piquer; los cantantes y orquestas típicas, como se llaman las que se dedican al tango, si bien adoraban a nuestra paisana del barrio Morvedre, la tomaron para sí, respetándole su propiedad artística y valiente. En los años 60 en que volví a Buenos Aires todavía se le quería y se le recordaba, tanto que, aparte su arte musical, filmó una película con el ídolo local Luis Sandrini, en su momento.

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