Ante un repertorio de hace 200 años, las prioridades en el siglo XXI deben ser de innovación pero las versiones del pianista nipón calaron menos de lo esperado entre el público de la SFV. Desde los primeros destellos de la Sonata Claro de luna de Beethoven, el Adagio sostenuto perdió su esencial penumbra al llevarlo a un inusual Andante, desvirtuando la atmósfera de sigilo y acelerando el Presto agitato final, lo que difuminó esa declaración de amor que pretendió Beethoven en 1801.
La elección del repertorio es básica para conformar un programa atractivo de principio a fin. Las Variaciones y fuga sobre un tema de la Heroica no presentan suficiente seducción para la casi media hora que duran en un Beethoven encantado de conocerse a sí mismo. Es obra que pide más de lo que ofrece por la gratuidad de sus demandas que llevan a un intento desesperado por llegar al acorde final. Yoshida puso empeño pero los elementos, con esta pieza, soplaban con viento de cola.
El silencio es fundamental, necesario e ineludible del discurso musical. Es lo que se echó de menos en el virtuosismo del pianista japonés donde respirar en las comas y los puntos del texto hubiera dado más tintes, mejores tintas y un mayor placer al oyente. Yoshida, ganador del Concurso Iturbi 2013, tocó en un gran cola Yamaha (que patrocina su gira), cedido por Hazen, de Madrid. En la segunda parte quiso poner toda la carne en el asador con dos monumentos chopinianos: la Sonata nº 2 op.35 y el Scherzo op.31, ambos en Si bemol menor. Como pianista tiene amplios medios técnicos que irá afianzando para incorporar un mejor acabado en el sonido y evitar dureza o ataques desmesurados. Será su principal reto. Se intuye la urgencia por configurar una interpretación global ante cualquier acrobacia pero en ocasiones, las partituras presentan no pocas emboscadas, mas como músico que es, pudo y supo rescatarse en el lirismo de la Marche funèbre o a en las dinámicas del Scherzo.
Finalizó, raudo y muy veloz, con la Marcha turca, de Mozart, obteniendo gran ovación final.
