El «ojo» de Calatrava despierta perezosamente en Nueva York, más de una década después de que se anunciara que el arquitecto firmaría el proyecto central para reconstruir la Zona Cero. El intercambiador de transportes, que conectará por tren la Gran Manzana con la vecina Nueva Jersey, además de ser el mayor nodo de conexión del metro neoyorquino (once líneas se cruzarán en el subsuelo) y albergar también la terminal de ferry de Battery Park; todo distribuido en diferentes niveles subterráneos.

En total, la autoridad portuaria, encargada de gestionar la zona, calcula que unos 250.000 pasajeros circularán cada día por las tripas del proyecto de Calatrava. A simple vista, lo que resaltará ante el visitante será la cúpula blanca de acero y vidrio, bautizada por el arquitecto como Oculus por simular un globo ocular con sus pestañas y que a los valencianos de paso por Manhattan les transportará de nuevo a casa debido a las reminiscencias al Ágora que se levanta en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. En el interior del gigantesco ojo, 34.000 metros cuadrados para albergar el último ariete económico de la ciudad, el Westfield World Trade Center, un gran centro comercial.

«Creo sinceramente que la estación va a entroncar con otras estructuras icónicas de la ciudad, como los puentes que cruzan el Hudson y el East River [...] Será la puerta y el catalizador del desarrollo del área, de la misma forma que lo han sido Grand Central y Penn Station», afirmaba el arquitecto en un comunicado sobre el que se convirtió en su gran reto a mediados de la década pasada y que, en términos económicos, ha requerido de unos 4.000 millones de dólares, según han ido informando diferentes medios de comunicación estadounidenses, algunos de los cuales, como The New York Times, han criticado tanto los retrasos en la finalización de la obra como los sobrecostes respecto al proyecto inicial.