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Crítica de ópera

Fiesta redonda

Por segundo año consecutivo, el Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo ha celebrado el cumpleaños de Mozart, nacido en 1756. La dirección escénica de Emilio López, ingenua hasta lo escolar en su bienintencionado mensaje, coincidió con la del año pasado, de Davide Livermore, en la virtud de no molestar en lo visual pero también en el defecto de generar demasiado ruido en torno a la música. Esto no se justifica como gaje implícito en la misión de formar intérpretes capaces de, además de cantar, moverse como es debido sobre un escenario.

Repartir diecisiete números entre quince cantantes con la máxima idoneidad posible no debe de ser fácil. Como grandísimo logro se ha de considerar en este sentido que a nadie se le notara fuera de sitio; dicho de otro modo: el nivel medio de calidad fue muy alto. Teniendo en cuenta como es de justicia en estos casos que no todos los participantes se encuentran en la misma fase de formación, hubo cuatro voces que se antojaron más «hechas» que el resto. La primera que llamó poderosamente la atención fue la de Federica Alfano, una Donna Anna con muy bien estudiadas inflexiones para transmitir pasión. La de Michael Borth reflejó con pareja eficacia todos los matices de mala baba y mala sombra características de la personalidad del Conde.

Cuando llegó a los agudos picados que rematan la primera aria de la Reina de la Noche, Tatiana Irizarry, que por cierto los dio impecables, ya se había hecho acreedora a la gran ovación que recibió. Algo similar cabe decir de Karen Gardezábal, que salvó todos los escollos del aria precisamente titulada Come scoglio con aquella combinación de agilidad y clase que definen a una buena Fiordiligi. Redondeó la fiesta una orquesta también muy joven con acompañamientos más que notables a las órdenes de Rubén Gimeno, director valenciano (de 1972) que, como en él se va descubriendo cada vez más como norma, consiguió algo en apariencia tan fácil y en realidad tan difícil como es dejar que la música hable por sí misma.

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