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Contarle la vida a alguien

La escritura es un viaje. Eso ya se sabe. Lo que a lo mejor no se sabe tanto es el destino de ese viaje. Y aún menos lo que irás encontrando en el camino. De viajes sabía mucho Rafael Chirbes. Anduvo por esos mundos del diablo cuando escribía de la buena gastronomía. La revista Sobremesa: ahí contaba no de comer y beber sino del alma de los sitios, de cómo la gente vivía en esos sitios, de lo difícil que resulta salir indemne de tanto ir de un sitio a otro con la pasión retortijando las tripas. Las pasiones de este escritor descomunal eran leer, escribir y juntarse con los amigos de verdad (como esa mañana en el bar Haití de Dénia) no sé si para escapar de las traiciones. Ése es el gran asunto de sus novelas, de muchas de sus conversaciones, de lo que sentía cuando pensaba „aunque fuera fugazmente„ en la mierda de mundo que nos está tocando vivir desde hace mucho tiempo. Demasiado tiempo. Fue de los primeros en escribir sobre eso que ahora tan pomposamente se llama memoria histórica. Y su conclusión ya era, entonces, demoledora: nos han cambiado la verdad por dinero. Siempre las traiciones, siempre. Me cabrea escuchar o leer que Rafael Chirbes es el novelista de la crisis. Vaya tontería. ¿De qué crisis? Si acaso de la crisis que él trató en todas sus novelas, desde aquella Mimoun en que todo se incendiaba porque para qué mantener vivo lo que hace tanto daño: hablo de esa crisis que es el estado de descomposición no del urbanismo territorial sino de lo humano. En uno de sus Diarios aparece esta frase: «Vivir es seguir contándole la vida a alguien». Ahí estará siempre Rafael Chirbes. En sus novelas. En sus crónicas viajeras. En su paraíso de la infancia. Donde sea.

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