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Valencia, ciudad creativa

En un mundo abducido por el comercio y la publicidad, los países, las regiones y las ciudades cotizan por su imagen y necesitan una diplomacia para gestionarla. Las marcas cuentan a la hora de tomar decisiones para viajar, comprar un producto, elegir universidad o unirse a una comunidad de aficiones, creencias o gustos. Una imagen buena o mala influye en el bienestar de la gente.

La creación de esas imágenes ha sido históricamente discontinua. Hay un puñado de ciudades cuya imagen retrotrae sus raíces hasta hace dos mil años o más. La revolución industrial y el desarrollo de las comunicaciones en los siglos XVIII y XIX fijaron las de las primeras grandes urbes modernas. En el siglo XXI, la globalización y el turismo dibujan un nuevo mapa.

Una iniciativa de la UNESCO que fomenta la diversidad „pensada por Francia para limitar el imperio de las industrias culturales norteamericanas „ creó un mecanismo sencillo para multiplicar los recursos patrimoniales y creativos de las ciudades proporcionándoles una proyección de gran alcance. Diplomacia sencilla y para casi todos. Una década más tarde, la red de ciudades creativas sigue creciendo sin críticas.

La proyección exterior de Valencia es insatisfactoria. Puerto comercial y foco cultural durante el Renacimiento, Valencia pasó más de trescientos años sin atractivo para quienes la miraban desde fuera. Tras el fogonazo de los veinte con Blasco Ibáñez, Valencia ensayó colocarse en el mapa durante los años 80 y 90 del siglo pasado pero el redescubrimiento del Mediterráneo, la promoción de las Fallas, o el apoyo a la proyección exterior de la creación valenciana (el IVAM como símbolo) tuvieron lugar cuando estaba en pañales el modelo actual de internacionalización de las ciudades.

La apuesta por crear una marca fruto con los grandes eventos y una arquitectura a la altura de las estrellas ha dejado tras de sí la necesidad perentoria de encontrar ideas más humanas y al alcance de las arcas de la ciudad y de las ilusiones de sus ciudadanos.

El reconocimiento de Dénia como ciudad de la gastronomía, de Barcelona como ciudad de la literatura o de Bilbao como ciudad del diseño invita a pensar que Valencia tiene al alcance conseguir su reconocimiento como ciudad creativa. En nuestro caso, de la música.

Los recursos musicales de la ciudad son impresionantes„instituciones y locales, bandas de música, festivales, centros de formación y personas dedicadas a ella como profesión o afición„ y ese reconocimiento respaldaría unas políticas públicas centradas en la creación y en la difusión nacional e internacional.

La presentación de la candidatura implicaría a instituciones y particulares, políticos y sociedad civil y daría motivo para pensar colectivamente una estrategia de acción para los próximos años.

Al llegar a la alcaldía de Valencia, y aconsejado por la prudencia, Joan Ribó desactivó la oficina de relaciones internacionales. El apoyo a «Valencia, ciudad creativa de la música» „surgida de la sociedad pero que necesitada de apoyo institucional„ puede ser el embrión para reiniciar esas relaciones internacionales.

En definitiva, se trata de fabricar una marca que aproveche la creatividad de la ciudad, con el gasto justo y sin recurrir a los circuitos de la publicidad, las marcas globales y los eventos desmesurados. Una acción para aprovechar el talento y fomentar el orgullo de la gente.

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