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Entrevista

Alfons Cervera: "Vivimos tiempos de usar y tirar; lo de ayer ya es antiguo y así nos va"

El autor de Gestalgar presenta «Otro mundo», un diálogo imposible con su padre en una novela desnuda de adornos

Alfons Cervera: "Vivimos tiempos de usar y tirar; lo de ayer ya es antiguo y así nos va"

«Habrá que explicar por qué me fotografiáis en el Olympia». Es Alfons Cervera mientras salva los últimos obstáculos para llegar al escenario. La razón es su padre, eje de su nueva novela, Otro mundo (Piel de zapa), hornero y actor aficionado reconocido en la Serranía, pero que nunca salió de la comarca. El porqué lo desvela a través de un diálogo imposible con el padre sobre el pasado nunca contado y mediante una escritura cruda que anda a saltos por el tiempo y el espacio (estilo Cervera).

Las derrotas no se cuentan. ¿Por eso el silencio paterno sobre su condena?

La nobleza de las derrotas se vive por dentro, en las sesiones familiares o de celebración política. Cuando el fascismo gana la guerra en España sólo tienen voz los vencedores. Las otras voces „que existían, claro que sí„ suenan como pueden en la clandestinidad y entre demasiados silencios por los alrededores. Una parte de mi familia fue de las que perdieron esa guerra. Y especialmente mi padre. Tal vez por eso escribí esta novela.

La carcajada del cinismo. Así describe este tiempo presente. ¿Por qué?

Pues porque aquí nadie de los que ganaron entonces ni sus herederos piensan que lo hicieron mal, que el golpe de Estado contra la II República fue el que dio paso a la guerra. Y, sobre todo, ahí están esos herederos defendiendo que el franquismo fue un régimen más que confortable. Mira, si no, esos individuos que se ríen de la memoria enterrada en las fosas comunes diciendo que los familiares sólo quieren subvenciones. O aquel otro que dijo que si habían sido fusilados es porque se lo merecían. Si eso no es cinismo, ¿qué es?

Tiempo también de olvidos. ¿Qué fue de Juan Gil-Albert, del que habla en la novela?

Vivimos tiempos de usar y tirar. Lo de ayer ya es antiguo, viejo, como un trasto que hay que arrinconar o echar directamente a la basura. Nadie se acuerda de nada. Lo de Gil-Albert lo saco en la novela porque es un ejemplo claro de lo que digo: él y otros grandes poetas es como si no hubieran existido. Y así nos va?

Dígalo usted. Más de seis meses después del cambio de gobierno en la Generalitat, como hombre de la cultura, ¿cómo tiene el cuerpo?

Pues el cuerpo está en suspensión. Desconozco los planes institucionales para Cultura. Pero también es verdad que siempre me he movido al margen de esa institucionalización. Siempre me interesó más la cultura que se mueve en los márgenes, la que se mete de lleno en los conflictos sociales y arrima el hombro para intentar encontrar soluciones.

Si lo que somos está en lo que escribimos, ¿qué hay en sus libros?

Intento que haya principalmente honestidad. No sé si lo consigo, pero al menos lo intento. No creo en la escritura por la escritura. Creo en la escritura que plantea conflictos, que se abre a un discurso ético de lo que vivimos, que provoca muchos interrogantes y ninguna „o casi ninguna„ certidumbre.

Creo que esta es su novela más claramente autobiográfica. ¿Cada vez le duelen más los artificios literarios?

Es verdad. Como decía un amigo y buen escritor, mis novelas son cada vez más flacas. Me molestan los adornos. A este paso, mis próximas novelas se van a quedar casi tan breves como El dinosaurio, ese cuento magistral de Monterrosso que sólo tiene media línea.

Oiga, siguiendo su trayectoria, uno se podría preguntar si no está haciendo demasiado grande el pasado...

El pasado no es ni grande ni pequeño. Está ahí y luego llegamos nosotros y tiramos de él para que nos ayude a ver y entender mejor lo que nos pasa. Y es ese uso del pasado lo que diferencia unas escrituras de otras. Lo importante, finalmente, es si las novelas son buenas o malas.

La novela es también una reivindicación de las novelas de quiosco. ¿Quién las tachó de infraliteratura...?

La historia de la literatura desprecia esas novelas. No digo que fueran una maravilla de escritura. Pero hay algunos autores excelentes. Ten en cuenta que escribían dos novelas a la semana. Yo tuve la inmensa suerte de conocer a algunos de ellos y me emociono al recordarlos: Silver Kane, George H. White, Alf Regaldie, Keith Luger, A. Rolcest, E. Goodman y muchos otros que nos enseñaron a amar la literatura a quienes no tuvimos la suerte de tener otros libros en casa.

La literatura decente no ha de llegar a ningún sitio, dice. ¿Ha perdido toda voluntad de convencer? ¿Ha llegado, como Rafael Chirbes, al territorio del desencanto?

La literatura no es una receta de soluciones para nada. Al revés, escribir es algo que hacemos a la intemperie. Y eso lo sabía mejor que nadie Rafael Chirbes. Siempre escribió lo que le dio la gana, sin seguir la tiranía de las modas, y aún menos la de ningún poder. Yo intento seguir ese itinerario. Eso lo contaba muy bien Vázquez Montalbán en su libro El escriba sentado. Por cierto, ¿alguien se acuerda de Vázquez Montalbán?

¿Reduce el oficio de escritor a simple contador de historias?

No sólo a eso. Pero hay que recordarlo porque hay novelas que no cuentan nada, que se alimentan sólo de lenguaje. Y yo pienso que hay que pringarse, con lo que sea, pero hay que pringarse. Decía Faulkner que entre el dolor y la nada, él se quedaba con el dolor. Pues eso?

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