Aun con las piernas castigadas por la edad y la polio que padeció en su niñez, Joaquín Michavila, Ximo fuera de actos solemnes, salía no hace tanto a realizar sus rutas de senderismo, en busca del sol que lo convirtió en un artista cálido dentro de un movimiento frío. Así lo recordaba el comisario de la exposición Michavila: geometria i ecologia, que se inauguró ayer en la Sala Martínez Guerricabeitia de La Nau. «Le hubiera encantado verse aquí», contaban los actores de la presentación, desde el hijo del desaparecido mecenas Jesús Martínez Guerricabeitia „amigo personal del artista„, hasta Carmen Michavila, hija de Joaquín (él ya no aparece en público debido a su delicado estado de salud).

Catedrático de dibujo con pasión por la docencia, la universidad fue uno de los paraísos del pintor que pasó de observar la naturaleza en formas geométricas a dejarse llevar a brocha suelta debido al impacto que provocó en sus sentidos la Albufera. Este fue su segundo oasis y lo descubrió ya en la madurez, tras haber cofundado el grupo Parpalló y militar en todos los movimientos artísticos renovadores de mediados del siglo pasado. «Fue uno de los pocos que nadó a contracorriente en un momento en que las vanguardias se asociaban con el bando perdedor de la Guerra Civil; es un pintor fundamental en los cincuenta», contaba Pascual Patuel, estudioso de la obra de Michavila y comisario de una muestra visitable hasta el próximo mes de mayo que reúne 30 piezas entre préstamos de coleccionistas privados y de instituciones públicas. Patuel aseguraba que para la exposición, la cual recoge también bocetos y un vídeo del artista, han buscado por todos los rincones para encontrar piezas que aún no hubieran sido exhibidas, misión compleja dado que «era un artista que lo vendía prácticamente todo».

En el recorrido se observa la transición del pintor, desde las formas geoméricas a la fascinación abstraccionista por ese llac „las últimas obras son de 2006„. «Fue el primero en incorporar la Albufera al arte», recalcaba Patuel, quien lo situaba «borracho de luz» al borde del lago salado, como Sorolla en la Malvarrosa. Solo que la Albufera era otra a finales de los setenta: contaminada y gris, fuente de paludismo; narcotizaba aún así la imaginación del artista. «Con sus pinturas ayudó a despertar conciencias», resaltaba el comisario, dándole a la obra de Michavila un cariz ecologista.

«Sí fue profeta en su tierra», sellaba la hija del pintor sobre un hombre que «prefirió quedarse en su tierra, con los suyos, aunque de haber salido hubiera tenido más reconocimiento». Precisamente el último homenaje le llegará con la Medalla del Círculo de Bellas Artes, gesto anunciado ayer por el vicerrector de Cultura de la UV, Antonio Ariño.

Hay un último guiño a Michavila en la sala: la voz de su esposa Carmen, cantante de coro en su juventud y que pone banda sonora a la muestra. La familia donará una de las piezas, Natura morta al capvespre, a la propia Colección Martínez Guerricabeitia, impulsora de esta muestra y de la que fue miembro el pintor.