Valencia se consume y resucita tan rápido y tantas veces que la arqueología pisa los talones al presente. Por eso no sorprende que en la Fundación Bancaja reviva ahora la ciudad de sótano humeante adicta al jazz que fue hace apenas tres décadas. Es otra Valencia olvidada.

Hay quien sostendrá que la ciudad no se ha terminado nunca de alienar de este estilo, tan en contacto con la tradición de bandas, pero la combinación de grandes mitos foráneos y talento propio no ha vuelto a generar una energía como la que muestra Valencia Jazz. Perdido Club y otras voces de una eclosión musical, una exposición que recupera en más de cien piezas la efervescencia de los ochenta con su puente invisible hacia Nueva Orleans.

Comisariada por los críticos e historiadores Jorge García y Toni Picazo, con la colaboración entre otros de Antonio Vergara, la sala aglutina la obra de fotógrafos que captaron la atmósfera de aquella explosión musical, entre ellos José García Poveda (Flaco), Esther Cidoncha o el reportero gráfico de Levante-EMV José Aleixandre. En las paredes del centro penden imágenes de Lou Bennet, Art Blakey, Chet Baker o Nina Simone. «Aquí hemos tenido nuestros pequeños héroes, como Andrew Cyrille, que quizás no es tan relevante en la historia del jazz», explicaba García, resaltando la figura de uno de los primeros músicos afroamericanos que se vio en la ciudad, «un avanzado» en su estilo.

Al margen de fotografía, la exposición cuenta con carteles de figuras como Daniel Torres o Calatayud, además de portadas de publicaciones, elepés o cartas de algunos de los artistas. Toda la muestra, eso sí, gravita en torno a Perdido, «una capilla del jazz», enfatizaba García. En los quince años que permaneció abierto el local en Russafa, dio tiempo no solo a recibir «tantas leyendas del jazz como en cualquier otra ciudad», sino a que se consolidaran generaciones de músicos propios, como Perico Sambeat, Ximo Tebar, Joan Soler, Ramón Cardo y tantos otros. Precisamente estos dos últimos inician la serie de tres conciertos en la Fundación Bancaja, que fue, en los noventa, otro de los templos del jazz, como antes lo había sido Perdido y antes, cuando los primeros balbuceos democráticos, lo fue Tres tristes tigres.