Las letras de El chico de las estrellas son azul marino, el color favorito de su autor, Chris Pueyo (Madrid, 1994). Un chico que caminaba, jugaba y sentía distinto. Su forma de ser le llevó a sufrir cuatro años de acoso en el instituto. La etapa más cruel de su vida donde tuvo que soportar insultos y agresiones a grito de «maricón». Un suspenso en matemáticas por escribir ya en clase le decidió a irse una temporada a Londres para aventurarse en lo que describe como «un simulacro de vida». «¿Qué pasaría si me acepto?», se preguntó. Encontró la respuesta y volvió «siendo de verdad».

Su historia, contada en su diario, luego a través de un blog y publicada ahora por Destino, ya va por la tercera edición desde que se imprimió en noviembre con una portada en la que aparecen dos chicos besándose. Con su azul marino ha conseguido una edición por mes, mover conciencias, despertar pasiones y ser un referente «sin querer» de muchos jóvenes. Ayer llenó la sala de la FNAC de Valencia en la presentación de su libro.

Pueyo piensa que «un corazón roto salpica más». Por eso, aprovechó el latido, cogió un lápiz y comenzó a escribir sobre una ruptura sentimental. Hiló traumas de su infancia contadas a través de citas con su psicóloga y se convirtió en «un libro abierto». «Está dividido en etapas de mi vida desde la infancia, la desestructuración familiar, colegio, acoso, los amigos, hasta el amor y las ganas de arriesgarse», explica.

Desde pequeño notaba que no era como el resto. Se llevaba mejor con las chicas, tenía más sensibilidad, le gustaba dibujar, bailar, leer... «Hacía cosas que no era lo habitual de los chicos de mi edad. Llevaba los cómics de las Witch escondidos porque no quería que vieran que leía cosas de chicas», recuerda. «Me gustaba saltar a la comba y no era una niña bonita como decía el barquero. Lo valiente ha sido aceptarme, no publicar un libro», asegura quien escribe para liberarse.

Pero la aceptación y la libertad llegaron más tarde, con la mayoría de edad. A los 13 años sufría acoso y sucedía en el patio, a las salidas del colegio, por los pasillos... «No era cuestión de identidad, era por ser diferente. ¡Y eso que los raros somos más!», expresa. Para Pueyo la violencia en el instituto se vuelve invisible porque «es humillante reconocer que te están humillando, pero a los que sufren lo mismo les diría que lo denuncien porque no es vergonzoso: todos tenemos diferencias». La clave, propone, está en «educar en la normalización».

Al preguntarle qué siente al convertirse en tan poco tiempo en un referente contesta que no es «un ejemplo a seguir». «Sólo escribo de lo que me atraviesa. Me equivoco y lo seguiré haciendo. Sólo quiero demostrarle a los que se han sentido como yo que no están tan solos. Todos somos traumas de nuestra infancia. No tengo la patente de haber tenido una vida dura. La diferencia es que la he contado», asevera el mismo chico que pinta estrellas en cada habitación donde vive. Siempre en un fondo azul marino.