No le faltaban argumentos a la corrida que se anunciaba ayer en Valencia. Un cartel netamente valenciano, con dos toreros emergentes que están buscando abrirse. Y encabezando el mismo, Vicente Ruiz «El Soro». Tras su triunfo del año pasado, el de Foios volvía a esta plaza en la que podría antojarse como su despedida del ruedo valenciano. Un coso del que Vicente fue durante muchos años santo y seña, como también lo fue del toreo valenciano, contribuyendo a vestir de naranja y oro una amplia etapa de la tauromaquia.

Personalidad

Lo cierto es que la figura de Vicente no ha dejado ni dejará indiferente a nadie. Aunque se pueda discutir más o menos la adecuación de su anuncio en los carteles, o se generen dudas sobre su estado físico y demás. Pero Vicente es toda una personalidad. Explosivo, desmesurado, generoso, exuberante, sin término medio para lo bueno y para lo menos bueno. Y sobre todo, un torero dotado de un carisma especial. Y el «sorismo» ha gozado, goza y gozará siempre del respaldo popular.

La tarde tenía sus interrogantes, acerca de cómo iba a resolver la papeleta. El año pasado, tal día como hoy, la moneda salió de cara. Ayer, tocó la cruz.

Vicente recibió su primero con lances de tanteo. No banderilleó, y luego, ante las deficientes condiciones del astado, lo macheteó por la cara y lo mató de un sartenazo en medio del enfado de la concurrencia. Lo mejor de su actuación lo consiguió al lancear al cuarto, provocando que la gente respondiese con tanto entusiasmo como afecto. Brilló en el quite por chicuelinas. Luego tampoco banderilleó y con la muleta quiso algo y pudo poco ante un toro mansote. Mató con habilidad. La gente se enfadó de nuevo, pero sin ninguna acritud. Tampoco lo merecía la trayectoria del torero. Aunque éste deberá reflexionar y plantearse el futuro. Con calma y serenidad. Y con la tranquilidad de saber que, esté o no en activo, siempre será torero de Valencia.

El encierro de la familia del Niño de la Capea estuvo bien presentado, con seriedad por delante y las hechuras propias de su encante murubeño. Luego todos salieron abantos de chiqueros, como es norma de la casa, se emplearon muy poco en el caballo y en general tuvieron poco fondo.

El serio primero, muy castigado en el caballo, salió distraído, suelto y repuchándose. Luego llegó el tercio final incierto, escarbando y cortando los viajes. El segundo también huyó y buscó las tablas de salida. Amagó repetidas veces con saltar al callejón, y tomó dos puyazos sin celo. Con todo, llegó a la muleta desplazándose y noblón, aunque escaso de fondo y de emoción.

El tercero empujó sin convencimiento en el caballo. Tuvo gran tranco en banderillas y se arrancó de largo en el inicio de la faena, aunque luego se apagó y duró muy poco. Tendió a salirse suelto y con la cara alta de los embroques y exhibió poca raza. Muy abierto de cuerna el cuarto, que metió la cara planeando en el capote. Noble aunque claudicante y parado, resultó manejable. No tuvo celo ante el peto el quinto, que apretó y cortó en banderillas, si bien llegó al tercio final repitiendo con codicia, exigencia y bravura, pidiendo gobierno su matador. Y el bien armado «cierraplaza» se salió suelto del caballo y embistió siempre al paso, esperando y con un molesto calamocheo.

Apostura

Jesús Duque muleteó con apostura y expresión a su primero, en una labor que tuvo una torera apertura. Lució al torear con la mano derecha y epilogó con unas ajustadas manoletinas. Fue cogido al entrar a matar de forma espectacular, por fortuna sin consecuencias. Y plantó cara con tesón ante el quinto, en una labor afanosa pero en la que no acabó de afianzarse y que no tuvo remate. Terminó dándose un arrimón.

Y Román volvía a vestirse de luces exactamente un año y un día después de su última actuación. El rubio coletudo liceísta de Benimaclet toreó con variedad y ajuste en el capote. Luego protagonizó un emotivo comienzo de faena con las dos rodillas en el platillo, aguantando las embestidas de su oponente. Asentado y firme, acortó las distancias cuando el astado se apagó y en conjunto cumplió con creces.

También tiró por la línea «macrodídima» ante el sexto. Entregado, sincero y dispuesto, se fue a la puerta de chiqueros y dio cuatro largas en el tercio. Muy arrancado y arrestoso, aplicó la receta de la emoción y el valor, en un trabajo de quietud, entrega y cercanía de terrenos. Mató de una excelente estocada y cortó una oreja de ley.