En medio de un gran ambiente se celebró la sexta corrida de la feria fallera. Un ciclo que está arrojando un balance más que satisfactorio, con puertas grandes todos los días, y toreros jóvenes emergentes que tratan de abrirse paso y confirmar sus posibilidades. Con el corolario de la impactante actuación que tuvo el jueves el peruano Roca Rey.

Ayer se anunciaba la actuación de otro de los gallos de pelea que ha irrumpido en el escalafón. El madrileño López Simón, quien se está abriendo paso a dentelladas, a sangre y fuego, a base de pegarse toda las tardes unos arrimones de órdago a la grande.

La plaza se llenó por primera vez esta feria, en una tarde entoldada aunque de buena temperatura. Y de nuevo el festejo estuvo bien amenizado por la música, al igual que días atrás, en los que han destacado la Uniones Musicales Santa Cecilia de Chelva y Venta del Moro respectivamente.

Lo cierto es que han llegado las figuras y el juego, y sobre todo la presentación de los toros, se ha resentido. Ayer tocaba el turno a los astados propiedad de Domingo Hernández. Y, tal como sucedió el día anterior, sobre el ruedo valenciano hubo más toreros que toros.

Menos mal que todavía a los festejos se les denomina corridas de toros. Y cuando uno va a la plaza, aún se dice que va a los toros. Pero, como sigan las cosas así, llegará un momento en que se hablará de corridas de toreros, y de que uno va a la plaza a ver toreros. Porque el factor toro está pasando a formar parte de un segundo plano. Y no es porque la corrida de ayer no sirviera, todo lo contrario. Para los toreros, fue excelente. Otra cosa es si nos ponemos en la perspectiva de los aficionados.

Compusieron un lote de toros de desigual presencia. Mucho cuajo unos, en tanto que a otros les faltó remate. El castaño, bociblanco y listón que abrió plaza blandeó y apenas recibió dos picotazos. Luego, en la muleta, tomó las telas yendo y viniendo, con nobleza y bondad, muy ayudado por su matador aunque claudicante y escaso de emoción. El segundo, muy poco hecho, perdió las manos casi de salida. Apenas le dieron dos refilonazos en varas, pero llegó al tercio final humillando y con cierta bravura. El terciado tercero apenas tomó dos picotazos en el caballo. Apagado y sin fuerza, muy rebrincado, se quedó corto y rebañó los viajes. El cuarto, una astado irrelevante por su escasa presencia y nulo poder, fue devuelto a los corrales. El sobrero, castaño perdió las manos continuamente. Se dejó pegar un puyazo, si bien no dejó de escarbar durante toda su lidia y tuvo poco empuje y ninguna importancia, aunque repitió los viajes con son. Fue en toro genuflexo, que se pasó la mitad de su lidia de hinojos. El castaño lombardo quinto salió abanto de chiqueros. Se le simuló la suerte de varas y llegó al tercio final repetidor y con buen son. Y el grandón sexto empujó por un solo pitón en el peto. Se salió suelto y, bajo de raza, fue y vino en son aborregado.

El Juli muleteó a su primero con tanto poder como autoridad y suficiencia, en un trabajo dominador en el que siempre dejó la muleta puesta y llevó al toro cosido en los vuelos de los engaños. Dio la impresión de que faltó toro, pero el madrileño ofreció una notable dimensión.

Frente al peligroso tercero, se llevó dos sustos al echar la cara arriba su oponente. Estuvo poderoso y suficiente, y en conjunto hubo más torero que toro. Mató de una estocada muy trasera.

Y ante el quinto anduvo pletórico y poderoso, muy espoleado ya en quites por López Simón. Con el contrasentido de lo que supone tener que obligar al toro a embestir, todo un contrasentido, obligó y enganchó con seguridad, profesionalidad y técnica las embestidas de su antagonista, al que acabó formando un lío.

López Simón, otro coletudo que viene a «sacudir el árbol», recibió a su primero con delantales ajustados. Asentado, firme y fuera de la rayas, firmó una faena algo encimista aunque entregada, y a la que le faltó cierto gobierno y sobraron desarmes. Hubo emoción por la predisposición del torero, que mató de una estocada defectos contundentes.

Frente al cuarto, abrió su labor de hinojos en el platillo. Asentado y firme, se pegó un arrimón en un trabajo de más apariencia que fondo. Con todo, volvió a faltar el elemento toro, y en más de lo de ocasiones de lo deseable, torero y toro anduvieron genuflexos. Mató de un pinchazo y un golletazo.

Y ante el «cierraplaza» estuvo tesonero y afanoso. Con el toro siempre a su aire, intentó hacerlo todo pero aquello no tuvo emoción, aunque trató de exprimir al bicorne pero sin que aquello tuviese interés ni relieve.