Tras acabar el festejo de rejones matinal, se cerraron las nubes y comenzó a llover sobre Valencia. La tarde se cubrió de tonos cárdenos y cenicientos. Luego, a pesar de ello, la plaza casi se llenó, aunque hubo menos gente que en días anteriores.

La presente edición de la feria de fallas, calificada como la «del cambio», estaba siendo un éxito en lo artístico. Sin embargo, ayer cambiaron las tornas. Tanto es así, que cuando acabó la lidia del segundo toro, los aburridos aficionados se entretenían tratando de encontrar las diversas expresiones que se pueden dar a un toro como los que estaban saltando al ruedo. Y aparecían calificativos como derrengado, lisiado, blando, claudicante, genuflexo, moribundo, comatoso, hinojoso, agotado, inválido, parapléjico...

Se podría decir que la corrida que se lidió ayer estaba con «media en las agujas», que los astados estaban para ir a la UVI, que pedían el viático o que necesitaban ya la unción de los enfermos.

En el que era el penúltimo festejo del abono, se anunciaba la lidia de los toros de Núñez del Cuvillo. Un hierro apreciado y deseado por las figuras, de los que éstos quieren torear en todas las ferias. Pues bueno.

Los que saltaron ayer al ruedo valenciano compusieron un lote de astados de muy variados y espectaculares pelajes, eso sí, si bien su presentación no acabó de estar rematada. Luego su juego estuvo presidido por lo blando y lo desfondado.

El castaño primero fue devuelto por su invalidez, siendo sustituido por un sobrero del mismo hierro, escurrido y cabezón, tan derrengado como aborregado, que provocó las protestas y las primeras palmas de tango de los aficionados. Más cuajo tuvo el engatillado segundo, que perdió las manos tras recibir dos picotazos en el caballo. Blando, aplomado y a la defensiva, fue otro mulo de carreta. El colorado tercero también fue devuelto por inválido y le sustituyó un sobrero castaño, algo descarado, que se desplazó con codicia y son por los dos pitones. El cuarto, sin remate y muy justito de todo, con la cara lavada, fue y vino por ahí blandeando aunque siempre queriendo. Noble, dócil y pastueño, perdió cuatro veces las manos durante la faena de muleta.

El jabonero quinto fue un dije al que apenas le hicieron un análisis de sangre en el caballo. Muy apagado, apenas embistió y se defendió. Éste batió el record de la tarde y perdió las manos nueve veces durante su lidia. Y el albahío que cerró plaza, otro dije que blandeó aunque apuntó un buen fondo, apenas duró un suspiro.

Enrique Ponce no tuvo empacho de ponerse bonito e importante ante su irrelevante primero, que brindó a David Mora. Firmó una labor de enfermero en la que interpretó ese contrasentido que es eso de ayudar y cuidar al toro. Su trasteo tuvo mucha limpieza, mucha pulcritud, como si de un tentadero se tratase. Mató de una rinconera y le ovacionaron.

Tampoco dudó en ponerse solemne ante el cuarto, en un trabajo pausado y paciente, en el que toreó con limpieza y regusto, aunque aquello tenía poca trascendencia ante la escasa entidad del toro. Se perdió en una faena interminable por lo que le dieron un aviso antes de entrar a matar y aún le premiaron con una oreja.

Sebastián Castella fue ovacionado al lancear con el capote y en un vistoso quite a su primero. Abrió la faena con verticalidad y luego, parsimonioso e incluso premioso, quiso sacar partido de un inválido que no lo tenía. Y también aplicó en la receta de las distancias cortas y el meterse entre los pitones ante el irrelevante quinto, frente al que anduvo firme y tesonero en una labor en la que se justificó. Con todo, la mayor ovación durante la lidia de este toro se produjo durante la interpretación por parte de la banda de música de Montroy del pasodoble Concha flamenca. Todo un dato.

Y David Mora, quien toreaba su segunda corrida después la gravísima cogida sufrida hace dos años en Madrid, hizo un esfuerzo. Lanceó con empaque y muleteó con apostura y buen gusto a su primero, en una labor de torera apertura en la que hubo pausa, expresión y despaciosidad. El trabajo, de pulcra caligrafía, tuvo escasa rotundidad porque siempre estuvo interpretado por las afueras y sin demasiado ajuste. Pero el torero pasó la prueba con creces.

Y frente al sexto lo intentó con tesón y dignidad, pero apenas tuvo opciones de lucimiento. En ambos manejó los aceros con tanto acierto como contundencia.