El aserto de que nunca llueve a gusto de todos se hizo ayer realidad. Después de unos días falleros, en los que la lluvia, el viento y el mal tiempo han presidido las celebraciones, terminada la cremá, también pasada por agua, se abrieron los cielos y salió el sol. La lluvia, que tanto añoran unos, a otros les cayó como un tiro esta semana de fiestas.

Así es la vida, y así hay que aceptarla. Como también hay que aceptar que los ciclos se acaban. Como el de quien esto firma, y su periplo en este periódico. Después de 27 años, se ha optado por cambiar la orientación y el rumbo de la sección taurina. Así lo han decidido quienes tienen responsabilidad de llevar el proyecto de esta empresa a buen puerto. Y como donde hay patrón, no manda marinero, pues uno tiene que aceptar esta decisión.

El matador de toros José Sánchez del Campo «Cara Ancha», a quien según Antonio Machado vio «el hombre del casino provinciano recibir un día», le preguntaron en cierta ocasión sobre si se retiraba de los toros, a lo que respondió con gracejo: "yo no me voy. Me van". Pues a este crítico también le van, después de una amplia singladura, en la que debo agradecer el haber podido escribir siempre con independencia, y haber conseguido que a la fiesta de los toros se le diera el espacio que merece. Tengo que agradecer asimismo la colaboración, la paciencia y el afecto que me ha rodeado todos estos años en este periódico, de gente que siempre llevaré en el recuerdo. Algún garbanzo negro también «haylo», lógicamente. Pero prima lo bueno. Como también debo agradecer a todos aquellos que durante este tiempo se han molestado en seguir o leer estas páginas de toros.

Con esta crónica pongo fin a mi trayectoria «levantinista». Ha sido un privilegio compartir redacción con mucha gente, y también compartir mi afición con todos los lectores. Gracias a todos, y hasta siempre.

Y, ya metidos en harina, en el cierre de la feria le tocaba el turno al encierro de Juan Pedro Domecq. Lució una justa presentación, y luego su juego estuvo presidido por la nobleza y la falta de fondo. Poca entidad tuvo el chotillo que abrió plaza, al que apenas le dieron dos refilonazos en varas y perdió las manos. Cortito, tuvo mucha nobleza aunque su embestida, muy manejable, fue aborregada y sin ninguna emoción.

El castaño segundo perdió la manos de salida. Muy protestado, apenas le picaron en el caballo. Claudicante y apagado, se echó después de un picotazo. Fue un borrego que anduvo «por ahí». Al escurrido tercero, descaradito de cuerna, apenas le metieron las cuerdas en el caballo.

Perdió las manos, pero llegó luego al tercio final con un gran tranco, humillando y repitiendo las embestidas con enorme calidad. El también castaño cuarto fue y vino manejable y tontucio. El melocotón quinto dócil y claudicante, fue irrelevante. Y el sexto se defendió más de la cuenta.

El Fandi interpretó la receta que aplica habitualmente a todas sus faenas. El argumento es siempre el mismo. Largas de rodillas con el capote, espectacularidad en banderillas y afanes tesoneros sin mayor relieve con la muleta. Al primero lo mató de una estocada, aunque a pesar de ello la gente no le hizo ni caso. Al menos le hicieron saludar en el cuarto.

Manzanares, para no perder la costumbre de otros colegas de escalafón, se quiso poner empacado y ventajista con su primero, en un simulacro de faena ante un astado de escasa importancia. Y apenas tuvo opciones de intentarlo ante su irrelevante quinto.

Cayetano se fue saludar a «porta gayola» a su primero, al que abrió la faena de hinojos. Luego supo entenderlo en un trabajo empacado y vistoso, en el que estuvo más centrado y ajustado por el pitón derecho, y más destemplado por el izquierdo. Con todo, la obra tuvo su vistosidad y como la remató de una estocada de efectos contundentes, se desataron las pasiones y le premiaron con largueza. Y anduvo destemplado y falto de recursos ante el sexto.