Santiago Segura ha cambiado por unas horas a Torrente por el demonio. ¿Solo unas horas? Sí, porque la imagen de diablo, dice, no encaja nada con el Segura real: «Si yo soy muy buena persona, en mi barrio me conocen». Imposible ponerse serio. En todo caso, reconoce, se le da bien hacer de diablo. «Santo y diablo siempre son fáciles», afirmaba ayer a Levante-EMV.

El actor y director baja recién duchado de su habitación en el hotel Beleret de Benimàmet. La noche pasada estuvieron hasta altas horas rodando en la estación de metro de la pedanía un capítulo de un proyecto de serie, Stix, sobre segundas oportunidades. Dirige Mari Cielo Pajares, su amiga, que lo ha atraído a esta iniciativa del productor valenciano Alfredo Contreras (Canspan, una firma hispano-canadiense).

«No hay proyectos pequeños. Me hace ilusión trabajar con gente que está empezando y tiene tantas ganas», dice el responsable de algunas de las películas más vistas del cine español.

Pero el presente es otro. Se va a Brasil la semana que viene. Estará un mes y medio en Río de Janeiro y medio mes más en Argentina, con una serie: Supermax.

¿Hay que emigrar, como un trabajador más? «Soy como todo el mundo, voy donde hay trabajo», explica. No sabe si, en general, hay menos: «A mí no me ha salido nada aquí, allí sí, y allí que me voy. Eso sí, luego tributaré aquí», bromea.

De sus palabras se deduciría que la buena marcha del cine español es más bien un espejismo.

«¿Quién dice que funciona bien?», espeta sin abandonar la ironía. Ahí está Ocho apellidos vascos, responde el periodista. «Sí, pero eso es igual que cuando decían ´Torrente rescata al cine español´. A mí no me gustaba que el cine español dependiera de una película, porque al final es pan para uno y hambre para todos», replica Segura.

Sí que hay industria, asegura. Pero también existen muchos problemas que el Gobierno no logra atacar, razona. «Pero no me quejo, porque no lo logra con la mayoría de problemas de todas las industrias. Es torpeza en la gestión. Si nada funciona? Igual es la crisis o que el mundo se acaba». La broma final: «Espero que no, que yo tengo muchas cosas que hacer».