Cuando Santiago Álvarez fue a publicar su primera novela, La ciudad de la memoria, en la nota de prensa se la ubicaba en «Valencia, capital de la corrupción». El escritor, también uno de los tres organizadores del festival Valencia Negra, ha transitado desde entonces por certámenes hermanos, como el de Getafe o Barcelona, casi siempre como invitado a mesas redondas sobre la corrupción en la C. Valenciana. «Con la corrupción se nos llena la boca porque la percibimos como algo ajeno», reflexiona Álvarez. Por eso, desde el festival decidieron mancharse en esta edición y dedicar buena parte de la semana a analizar el paisaje propio, «con conocimiento de causa».

En uno de los debates sobre el expolio estará presente Antonio Penadés, el hombre que se presentó como acusación popular en el Caso Blasco «a pecho descubierto», como él mismo dice. Escritor de profesión, asegura que alguna vez ha barruntado recoger retazos de su experiencia en los tribunales para tejer una novela negra, pero que «no encuentra protagonistas con talla y las tramas son muy casposas». Lo suyo es la Grecia antigua, «donde está todo lo que hay que saber sobre la condición humana». ¿Quieren adentrarse en los abismos de la corrupción? «Lean a Heródoto pronunciarse sobre la hibris (desmesura)», recomienda Penadés, quien también es presidente del colectivo Acción Cívica, desde donde se han presentado como acusación en varias causas de saqueo. Confiesa que en su cruzada contra el caso Cooperación no recibió más agresiones que las habituales dentro del propio tribunal; verbales, se entiende. Sin embargo, apunta que sí conoce casos de quienes han señalado la corrupción y su vida ha cambiado por ello: «Habla con Urruticoechea», concluye.

Urruticoechea es Fernando, interventor que ha presentado infinidad de informes en todos los ayuntamientos por los que ha pasado, señalando las irregularidades desde el País Vasco hasta esta orilla. Esta semana recibió el premio Llibertat d´Expressió de la Unió de Periodistes, un raro acontecimiento para quien dice estar acostumbrado a «recibir presiones». «Soy una persona con miedo, no un Quijote», señala el interventor cuyos informes han acabado en muchas ocasiones convertidos en denuncia contra alcaldes o concejales. Admite que «es psicológicamente muy duro comprobar que por defender la legalidad te llegan expedientes disciplinarios». «Tiene un coste tremendo», incide Urruticoechea, quien ahora ocupa plaza en Orihuela tras una de las etapas más duras de su vida en Crevillent, donde dice que sufrió el acoso y la «humillación personal» del alcalde, César Augusto Asencio.

«Es verdad que empiezas de cero cuando todo acaba», aporta un funcionario que se opuso a formar parte del engranaje de la corrupción en uno de los grandes casos de nuestro entorno y que prefiere mantener el anonimato. Se supera pero no se olvida, matiza, pues «el estigma» de aquel proceso «se queda para siempre: el cuerpo tiene memoria».

«Fueron meses de presiones», relata, rememorando que cuando señaló las irregularidades le deslizaron que revisarían todos los expedientes que él había firmado desde que estaba en su puesto, «para ver si había metido la pata». Anónimos o con nombre y apellidos, ellos se integran el bando de quienes se oponen a la corrupción, la otra cara del relato que será carne de festival desde este fin de semana.