Todo crimen tiene nombre y apellidos. Los de la víctima y los de su autor. Sin embargo, los hay que quedan sin firmar con los criminales perdidos en el paso de los años. Este fue precisamente el tema sobre el que giró ayer la mesa redonda Casos sin resolver, en el marco del festival Valencia Negra. En ella participaron la redactora jefe de Sucesos y Tribunales de Levante-EMV, Teresa Domínguez, y la jefa del Grupo de homicidios y desaparecidos de Valencia, Esther Maldonado. Junto a ellas estuvo también el escritor Jordi Juan, guionista de profesión, a quien un día le atropelló la crisis. «Entonces se fueron a hacer puñetas algunas de las cosas que hasta entonces hacía», relata sin demasiada melancolía. Tras el shock, al menos, recuperó una vocación perdida: «Mi primer amor, la literatura». Tras varias novelas publicó hace unos meses Ángulo Muerto, la primera con la que se suma a la lista de autores con sangre en la letras, lo que además le valió el Premio Ciudad de Getafe.

En esta obra además, ataca al corazón de su ciudad, Valencia, recogiendo retazos de un crimen durante el cambio de siglo que quedó sin resolver, el de Ewa Striniak. Busquen el nombre en las hemerotecas y comparen el suceso con esta trama, en el que Ava, una prostituta, es asesinada (a martillazos y después degollada) por un prestigioso arquitecto de la ciudad. Los protagonistas de la obra, además, circulan por el escenario «en el que se cocía la crisis, en mitad de todos los proyectos faraónicos y en un momento de enajenación colectiva», comenta Juan. «Hay una vocación de cierta denuncia en la novela, en la que hay elementos de desigualdad social que contrastaban con la Valencia de oropeles», apunta el escritor que, sin embargo, rechaza haber insertado en su narración una lectura moralizante: «Solo soy un relativista moral que trata de ser un relativista narrativo, que escribe sobre una cosa tan escurridiza como la verdad. Aunque hay temas sobre los que tienes que pronunciarte, como señalar al sociópata, la crueldad de los asesinatos o el sustrato religioso».

Sabe que no transita solo por este terreno de cadáveres en el que se concentra buena parte de las novedades editoriales de los últimos años. El escritor, por su parte, saluda con entusiasmo este fervor, también reflejado en festivales como Valencia Negra. «El thriller „donde se inscribe su relato„ es el vehículo narrativo más eficaz de la cultura de masas desde hace cincuenta años», así que «ya era hora de este boom en la literatura española, porque se ha echado de menos el género negro. Si lo comparamos con los países del entorno ha sido un terreno muy minoritario», opina Juan.

La sacudida de la crisis, que en él forzó al novelista que había relegado en la juventud, creó su propia revisión literaria de las últimas décadas en España donde, por otro lado, Juan sigue echando en falta una especie de relato definitivo, sobre todo en el audiovisual, «que aborde la política actual, no solo la corrupción sino el espectro humano que encarna el poder». Por ponerle nombre, Juan busca ejemplos foráneos: «Es inconcebible que aquí no se pruebe The Wire, House of Cards o El ala oeste de la Casa Blanca. Cuando hagamos algo parecido demostraremos madurez democrática», arguye el escritor.

Sí ha habido incursiones (pocas) en ese aspecto. No se le escapa a Juan la adaptación de Crematorio, la que considera «la mejor novela policíaca en los últimos años». «No era en sí una novela de género pero sí tenía elementos muy acentuados de novela policíaca», matiza el autor sin esconder que, aunque cada uno busque dar lugar a un universo propio, es casi imposible no perseguir en algún momento a Chirbes: «Es un referente. Valencia tiene un olor especial que él supo captar».