«Hace unos quince o veinte», trata de concretar el cantautor al otro lado del teléfono. «Demasiados», concluye. Se refiere a los años que hace que no paraba para actuar en Valencia, la ciudad en la que nació Paco Ibáñez (1934) y de la cual una promesa le ha mantenido alejado durante casi dos décadas: no subirse al escenario en ninguna ciudad donde gobernara el PP. «Me niego y me negaré, aunque la población les haya votado», subraya, vehemente.

Ahora, sin embargo, el cambio político le ha acercado a su ciudad de cuna, cruzados ya los ochenta años, y mañana recorrerá en el Olympia sus Vivencias, un proyecto que le mantiene en gira desde hace dos años y que vale para echar la vista atrás, medio siglo en concreto, cuando se publicó su disco dedicado a García Lorca, otro motivo para salir de ruta.

La gira le ha llevado desde Francia a Latinoamérica, pero en España se mantenía, en ciertos lugares, como un expatriado. Antes de Valencia ya se ha reconciliado con Madrid, otra ciudad que ha cambiado de signo. «Allí he cantado en cuatro idiomas „catalán, euskera, francés y español„ y la gente lo ha recibido genial, doblaban el aplauso cuando cambiaba de lengua», dice tras su retorno, en alusión a un supuesto conflicto, el idiomático, que en su opinión es una pantalla de humo entre las élites políticas: «El pueblo no tiene prejuicios».

Tampoco es que Ibáñez espere una atmósfera especial en su vuelta a Valencia. Confiesa que su nacimiento en la ciudad fue puro azar, que no conserva «vivencias» en la memoria. La identidad la fue construyendo después, cuando pasó la Guerra Civil en Barcelona o cuando vivió en el País Vasco o en Francia, donde habitó casi treinta años. Valencia solo fue un punto de partida y quizás por eso no se siente ni demasiado querido ni tampoco repudiado, simplemente no se siente. «Me siento inexistente», expresado en sus propias palabras.

Y sin embargo hay un lazo invisible que le ancla a estas coordenadas. «Fue la primera luz que vi, eso se me quedó grabado», afirma, reconociendo que, sin saber demasiado por qué, se siente en casa cuando escucha a alguien hablar en valenciano y que del público que le recibirá mañana solo espera que le reclamen: «Canta una altra, xiquet!».

Se rebela el cantautor cuando se le sugiere si hay que seguir tocando a la contra. «Nunca se canta contra, estáis empeñados en esa idea, pero se canta para generar sentimientos; solo se canta 'contra' cuando es contra quienes cortan la libertad», establece el cantautor, augurando que el género que defiende estará vivo mientras «la gente esté viva».

Otra cosa es que «la gente» haya suprimido los momentos para la canción de autor. Ibáñez redobla el ataque: «Ahora se aplaude cualquier cosa y cuantos más decibelios, más gente se apunta», protesta el cantautor. Dice que no es un problema solo del público, que se trata de un «desinterés organizado» por cierto tipo de música, y lanza un lamento añejo: «Imagina que a Brassens no lo hubieran puesto en la radio...».

Para evitar la saturación de decibelios él ha decidido apagar la radio; también la televisión, ésta porque directamente le «hiere el oído». Hoy se vestirá de negro, como casi siempre, y disminuirá el ritmo de la urbe desde el teatro. «Si canto todas mis vivencias el concierto puede durar tres o cuatro meses», advierte el músico. Así que ya pueden acomodarse en la butaca.