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Un adiós en silencio

En silencio, porque sus actos principales los mantenía en la intimidad de familia y amigos, falleció días pasados el doctor otorrinolaringólogo Fernando Antolí-Candela Piquer, que alcanzó gran renombre en su actividad médica, heredada de familia, pero que logró fama y popularidad como artista plástico, tanto en la escultura como en la pintura, donde lanzó su sobrenombre de Antonio Sacramento.

Le faltaron siete días para cumplir 101 años, pues el 2 de junio de 2015 ya había alcanzado el centenario. Su afición por la pintura —al tiempo que nunca abandonó la consulta médica— le llevó a numerosas realizaciones. Nos contaba que, ya de niño, cuando se estaba terminando en Conde de Salvatierra la pintura de la nueva casa familiar, él ya pintaba en las paredes dibujos y retratos de los futbolistas de la época.

Pero ya en los años cuarenta empezó una actividad que es difícil resumir en estos momentos. Hizo grandes exposiciones en Barcelona —en la sala Metrás— y en Madrid, donde Salvador Dalí fue un interesado visitante de excepción. Y en nuestras calles tenemos numerosas esculturas suyas, como una cruz de término, el monumento al rey don Jaime en la plaza de Zaragoza o la escena taurina de la esquina de las calles de Xàtiva y de Alicante. Una de sus aficiones, dentro de la plástica, fue la que llamaba papers apegats, que consistía en recortar piezas de papel de distintos colores y adherirlos a un fondo. La noticia ha pasado un poco inadvertida, en espera de que se concrete para en breves fechas organizar las oportunas ceremonias fúnebre en su recuerdos.

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